En aquella época el mundo del arte percibía la popularidad de lo kitsch como un peligro para la cultura.
Desde un punto de vista marxista, Theodor Adorno percibía lo kitsch en términos de lo que él llamaba la industria cultural, donde el arte es controlado y planeado por las necesidades del mercado y es dado a un pueblo pasivo que lo acepta.
[2] Aunque su etimología es incierta, está ampliamente aceptado que la palabra se originó en el arte de la ciudad de Múnich (Alemania) entre los años 1860 y 1870, para describir dibujos y bocetos baratos o fácilmente comercializables.
El término procede del alemán meridional (kitschen significa ‘hacer una chapuza’, también ‘barrer mugre de la calle’).
Lo kitsch era considerado estéticamente empobrecido y moralmente dudoso, comercializado frecuentemente con la finalidad principal de aportar un estatus social.
En este sentido, todas las imitaciones y copias serían consideradas como kitsch, especialmente cuando se usan materiales que pretenden ser otra cosa (plástico que imite oro, cristal o madera, por ejemplo), siempre y cuando estén pensadas para que su poseedor aparente ser de una clase social, económica o cultural «superior» a la suya.
A este grupo se acerca Umberto Eco especialmente en su obra "Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas".
Una definición clásica del término es la de que Aunque en España ha tenido más curso y estudio la palabra cursi desde el siglo XIX (por ejemplo, en La Filocalia, o arte de distinguir a los cursis de los que no lo son, 1868, de Francisco Silvela y Santiago Liniers, o incluso hortera, pero desde principios del siglo XX), la palabra kitsch se popularizó en los años treinta por los teóricos Clement Greenberg, Hermann Broch, y Theodor Adorno, que intentaban definir lo vanguardista y lo kitsch como opuestos.
En aquella época, el mundo del arte percibía la popularidad de lo kitsch como un peligro para la cultura.
Los argumentos de los tres teóricos se basaban en una definición implícita del kitsch como una falsa conciencia, un término marxista que significa una actitud mental presente dentro de las estructuras del capitalismo, que está equivocada en cuanto a sus propios deseos y necesidades.
Theodor Adorno percibía esto en términos de lo que él llamaba la industria cultural, donde el arte es controlado y planeado por las necesidades del mercado y es dado a un pueblo pasivo que lo acepta.
El arte ―para Adorno― debe ser subjetivo, cambiante y orientado contra la opresiva estructura del poder.
Toda experiencia, sea cual sea, termina definiéndose por el gusto del espectador, el cual no se esfuerza en analizar ni en sacar un sentido o un discurso de la pieza porque la sociedad kitsch les dice que no hace falta.
El arte académico se esforzó en permanecer en una tradición arraigada en la experiencia estética e intelectual.
Los buenos ejemplos del arte académico incluso fueron admirados por los artistas avant garde que se podrían rebelar contra él.
[cita requerida] Algunos artistas de esta época retomaron los elementos del kitsch en sus obras, como los artistas franceses Pierre et Gilles, célebres por sus representaciones ridículas que se alimentan con la imaginería religiosa, el arte pop, el homoerotismo, creando una fuerte identidad propia, o el artista canadiense-mexicano Alan Glass, con sus cajas de arte objeto.
El programa se denominó «Kultura kitsch», fue conducido por Klemm junto al crítico y teórico Charlie Espartaco.
De esta manera, señala al kitsch como una actitud estética que pone en duda el gusto, como statu quo.
Durante el mismo programa, Charlie Espartaco señala que el kitsch, por su constitución, aparece como una estética de riesgo que incorpora todas las conquistas pictóricas, plásticas y estéticas creadas hasta ese momento.
En el ámbito del diseño y la decoración, es kitsch utilizar muebles u otros adornos, como por ejemplo de los años 50 y 60, del tipo vanguardista de aquella época, que en algunos casos han sido modificados o adaptados a la época actual.
En Costa Rica no se utiliza comúnmente la palabra kitsch; sin embargo está contenida dentro del vocablo «polo», que en el lenguaje popular describe a todo aquello que carezca de sentido estético o que se encuentre sobrecargado de elementos decorativos, o simplemente aquello de mal gusto.
Los términos de más uso desde mediados del siglo XIX son cursi y cursilería, o últimamente la versión tierna, infantilista y niponizante llamada cuqui por el filósofo Simón May[6] o kawaii.
Según May, lo cuqui cubre tres necesidades fundamentales del hombre contemporáneo: El filósofo Harry G. Frankfurt, en su ensayo On Bullshit (1986 y 2005), especifica que el propósito de lo Kistch es destronar la seriedad y aceptar la intrascendencia de un modo heideggeriano.
[8] Carlos Moreno, en Literatura y cursilería (Valladolid, Universidad, 1995; reedición con el título Cursilería & kitsch en las letras hispánicas) y Noël Valis, en The culture of cursilería (Durham & London, 2002, traducción en 2010, Madrid) precisan el origen del término en Cádiz, a partir del artículo "Un cursi" (Revista La Estrella, 25 de diciembre de 1842) y de la deformación un tanto legendaria del nombre de unas hermanas francesas, las Sicur, que iban siempre muy emperifolladas, aunque el término cuenta con etimologías aún más aventuradas.
Al año siguiente la Real Academia Española admitió el vocablo en su Diccionario (1869) y tal vez era la palabra del momento para caracterizar a la vieja España que había caído en la Revolución de 1868, la "Gloriosa".
El mexicano Carlos Díaz Dufoo hijo (1888-1932) lo definió como "una forma menor de arte", que causa un cierto disgusto.
Significa rebeldía, afán innovador, deseo vital de mejoramiento... Es la estética del pobre con aspiraciones".
[cita requerida] Sin embargo, se llega a utilizar la palabra como una insignia de honor.
En el Perú la palabra no es de uso generalizado y se limita su empleo igualmente al mundo del arte.