[5] No obstante, su relación mejoró cuando Isabel enfermó y Clotilde insistió en atenderla, aprovechando para enseñarle el alfabeto y hacer que se interesase por la religión, lo que provocó un considerable cambio en la personalidad de Isabel.
[5] Tras esto, Marie-Angélique de Mackau fue asignada como institutriz de Isabel, a quien se sintió muy unida y con quien hizo progresos en su educación, desarrollando Isabel una personalidad más tranquila y encaminada a la religión.
[8] La ceremonia fue descrita en los siguientes términos: Se llevaron a cabo numerosos intentos por arreglar un matrimonio para ella.
[8] Finalmente, se sugirió una unión entre Isabel y su cuñado José II del Sacro Imperio Romano Germánico, quien tenía una buena impresión de ella desde su visita a Francia el año anterior, comentando que se sentía atraído por la «vivacidad de su intelecto y su carácter amable».
[5] No obstante, el partido antiaustriaco de la corte veía la alianza entre Francia y Austria como contraria a los intereses del país galo, y para 1783 los planes de matrimonio fueron abandonados, no volviendo a efectuarse nuevas propuestas al respecto.
[5] Isabel no jugó un papel destacado en la época anterior a la Revolución; veía la corte real como decadente y como una amenaza a su bienestar moral, por lo que procuró distanciarse de ella, asistiendo únicamente cuando su presencia era necesaria o cuando el rey o la reina se lo solicitaban.
[5] Firme creyente en la monarquía absoluta, Isabel sentía gran respeto por la posición de su hermano mayor, y consideró como su deber estar a su lado.
[9] Esta opinión era compartida por Isabel, quien como monárquica veía la indiferencia de María Antonieta hacia la etiqueta como una amenaza, llegando a decir en una ocasión: «Si los soberanos descendiesen a menudo al pueblo, la gente se acercaría lo suficiente como para ver que la reina era sólo una mujer bonita, y pronto concluirían que el rey era simplemente el primero entre los oficiales».
[5] Luis XVI no le permitió pasar la noche en Montreuil hasta que Isabel cumplió veinticuatro años, si bien la princesa pasaba allí días enteros, desde la misa de la mañana hasta que regresaba a Versalles para dormir.
En Montreuil, Isabel seguía un programa el cual dividía sus días en horas de estudio, monta a caballo o paseos, cena y oraciones con sus damas de compañía, todo ello inspirado en el programa establecido por sus gobernantas durante su infancia.
El profesor compartía sus estudios botánicos en su jardín con la princesa, e incluso sus experimentos en su laboratorio; y Madame Isabel a cambio involucró a su viejo amigo con ella en sus obras de caridad, y lo hizo limosnero en la villa».
La princesa no fue molestada en ningún momento cuando una turbamulta irrumpió en el palacio con intención de asesinar a la reina, si bien se despertó y llamó al rey, quien estaba preocupado por ella.
Aún tenéis batallones devotos, guardias fieles, quienes protejerán vuestra retirada, pero os lo imploro, hermano mío, no vayáis a París».
Pero, atacado en sus principios - en su familia - en su persona - profundamente afligido por los crímenes cometidos en toda Francia y viendo la desorganización general en todos los departamentos del Gobierno, con los males que resultan; decidido a abandonar París con el fin de ir a otra ciudad en el reino, donde, libre en sus acciones, podría persuadir a la Asamblea de revisar sus decretos y donde podría en concierto con ello crear una nueva Constitución, en la cual las diferentes autoridades podrían ser clasificadas y reemplazadas en su lugar apropiado y podrían trabajar por la felicidad de Francia.
Por su parte, Pétion describió a Isabel como atraída por él durante aquel viaje: la propia princesa aludió posteriormente a esto en una carta comentando que recordaba «algunas extrañas observaciones suyas durante el viaje desde Varennes».
Cuando la muchedumbre obligó al rey a ponerse el gorro rojo revolucionario, Isabel fue confundida con la reina, tras lo cual fue advertida: «No lo entendéis, os han tomado por la austriaca», replicando la princesa: «Ah, si Dios fuera así, no los ilumines, sálvalos de un crimen mayor».
[5] Se apartó entonces de una bayoneta que la estaba apuntando y dijo: «Tened cuidado, monsieur.
Madame de la Rochefoucauld describió aquel momento: Cuando Isabel vio a la turbamulta dijo, según informes: «Todas estas personas están equivocadas.
[5] Isabel fue descrita como tranquila durante su estancia en la Asamblea, donde fue testigo, más tarde aquel día, del destronamiento de su hermano.
Durante la noche, varias mujeres situadas a las afueras del edificio clamaron por las cabezas del rey, de la reina y de Isabel, ante lo cual Luis XVI, ofendido, preguntó: «¿Qué les han hecho?», en referencia a su esposa y su hermana.
Cuando su cuñada fue transferida, tanto Isabel como su sobrina pidieron sin éxito ir tras ella; inicialmente, no obstante, ambas mantuvieron contacto con María Antonieta a través del sirviente Hue, quien conocía a Madame Richard, esposa del conserje de la Conciergerie.
Durante el juicio contra la reina, acusaciones de incesto con su hijo fueron lanzadas contra ella las cuales aparentemente habían sido confirmadas por el delfín cuando fue interrogado, siendo estas acusaciones vertidas también contra Isabel y a las cuales María Antonieta hacía referencia en su carta, en la cual pedía a Isabel perdonar a su hijo: «Debo hablaros de algo muy doloroso para mi corazón.
[11] Isabel no era vista como un peligro por Robespierre, por lo que en un principio se planteó su expulsión de Francia.
Isabel Capeto no puede ser exiliada hasta después del juicio de María Antonieta».
Cuando el comisario Eudes afirmó que no regresaría, Isabel pidió a su sobrina mostrar valor y confiar en Dios.
No obstante, Isabel fue juzgada la mañana siguiente, viéndose Chauveau-Lagarde obligado a aparecer ante el tribunal como su defensor sin haber podido hablar previamente con ella.
[5] Su juicio fue conducido por Rene Francois Dumas, presidente del tribunal, con el apoyo de los jueces Gabriel, Deliege, y Antoine Marie Maire.
[15] El pañuelo blanco que cubría su cabeza salió volando a consecuencia del viento, y al ser la única persona con la cabeza al descubierto, atrajo especial atención por parte de los espectadores, atestiguando varios de los presentes que la princesa permaneció tranquila en todo momento.
[5] Este gesto llamó la atención, comentando uno de los espectadores: «Pueden hacer sus salmos si quieren, pero compartirán el mismo destino que la austriaca».
[15] Según informes, su ejecución causó cierta conmoción entre los espectadores, quienes no gritaron «viva la República», algo común tras un ajusticiamiento en la Revolución.