Apenas unos días después, la invasión de Yugoslavia por esas potencias provocó su marcha al exilio.
Debido a tener apenas once años, se estableció una regencia, encabezada por un primo de su padre, el príncipe Pablo.
Aunque el rey Pedro y sus asesores no mostraban simpatía hacia la Alemania nazi, el príncipe regente Pablo mantuvo una política de acercamiento al Eje nazi-fascista, especialmente después que Francia fuera vencida por Alemania en junio de 1940 dejando solamente a Gran Bretaña en lucha con el Tercer Reich.
Para entonces la influencia económica alemana sobre Yugoslavia era muy notable, siendo que el estado yugoslavo compartía fronteras con otros aliados de Alemania como Hungría y Rumanía.
Ese mismo día el rey Pedro, con 17 años y seis meses, fue proclamado mayor de edad por los militares golpistas que se oponían a la política del regente.
El rey terminó su educación en la Universidad de Cambridge y se unió a la Royal Air Force (RAF).
El otro fue el grupo revolucionario de los partisanos, dirigido por el comunista Josip Broz, conocido en el mundo más tarde como Tito.
Las intromisiones del monarca en los asuntos del Gobierno en el exilio, apoyando ora a los políticos ora a los funcionarios profesionales, fueron una constante durante toda la contienda[4] más allá de que la desunión entre políticos serbios y croatas persistió inclusive en el exilio, y que -en los hechos- el gobierno exiliado mantuviera escaso control sobre las fuerzas guerrilleras en Yugoslavia.
A pesar de las recomendaciones en contra hechas por los funcionarios y consejeros del Gobierno yugoslavo en Londres, el joven monarca insistió en celebrar su boda antes de que finalizara la contienda, lo que creó no pocos conflictos internos con el gabinete.
[7] Tras el final de la guerra, los comicios fueron celebrados el 11 de noviembre, en los cuales el Frente Popular liderado por Tito y los antiguos partisanos obtuvieron un 90% de los votos; los monárquicos se negaron a participar en las elecciones y las boicotearon,[8] aunque la influencia del boicot fue mínima en tanto los comunistas habían logrado ocupar casi todos los puestos políticos de influencia decisiva; además la importancia política del rey Pedro era ya muy débil en Yugoslavia, y ni siquiera había conseguido que los ministros del gobierno en el exilio obtuvieran poder efectivo en el nuevo régimen.