Está generalmente constituida de un corto motivo rítmico-melódico que se repite constantemente, dando lugar a numerosas y delicadas variaciones.
Pero su objetivo no es el virtuosismo ni la alta complejidad musical, sino la transmisión de un mensaje.
Pronto las músicas populares de América Latina comenzaron a reflejar estos movimientos e intercambios al incorporar ritmos africanos, la guitarra española, y danzas europeas como el vals y la zamacueca, entre muchos otros elementos.
Se trataba mayormente de pequeñas piezas para piano, muy relacionadas con ritmos y danzas folclóricas.
La cultura se constituye así como un capital cultural; un bien socialmente escaso, acumulado y detentado por las élites dominantes[1].
[2] Sin embargo, según Zygmunt Bauman en la actualidad esta concepción habría perecido.
En el capitalismo tardío la cultura no se define en torno a las prohibiciones sino en la oferta (omnivoridad cultural), como un conjunto bienes o experiencias concebidas para el consumo.