Expoliación de bienes culturales peruanos durante la guerra del Pacífico
Fueron requisas ordenadas por altos oficiales del ejército ocupante, anunciadas con anticipación y realizadas públicamente de las cuales se debió hacer un registro.Solo en 2007 el gobierno chileno devolvió al Perú 3788 libros que se encontraron en la Biblioteca Nacional de Chile.El gobierno en Santiago deseaba acabar la guerra con un tratado que estipulase la cesión de Tarapacá a Chile.297 Como era usual a fines del siglo XIX, un tono racista en la sociedad chilena dio pie a una actitud de desdén para con los vencidos que dejó de lado un pensamiento crítico sobre lo que ocurriría.[1]: 1 En 1847 Andrés Bello publicó sus Principios de Derecho Internacional según los cuales (pág.En particular, el Código Lieber establecía en su artículo 31 que los bienes estatales pasaban a manos del ocupante.El artículo 35 ordenaba que los bienes culturales del país ocupado debían ser protegidos durante y después de la batalla.Sin embargo, el artículo 36 expresamente permitía que los bienes culturales pudieran ser parte de las reparaciones de guerra, es decir sustraídos del país ocupado y llevados por el ejército vencedor.La Convención de Bruselas fue acordada 11 años después y era mucho más avanzada pero nunca fue ratificada porque ningún estado firmante la consideró vinculante.Otras requisiciones son conocidas por informes en periódicos de la época, cartas personales, etc.Otros objetos fueron rematados 'a vil precio' en Lima tras la apelación al ministro del interior chileno en la Cámara de diputados.[1]: pág.316 Dos leones fueron embarcados a Chile, donde debieron permanecer en pequeñas jaulas hasta la remodelación del Zoológico de Santiago.[1]: pág.[8][9][10] En Lima, bajo gobierno militar chileno, con sus estructuras estatales colapsadas, poco se podía hacer para proteger sus bienes culturales.313 o el Parque de la Exposición que las llevó a depósitos municipales y particulares.[1]: pág.UU., Isaac P. Christiancy, en que se solicita su intervención, pero sus esfuerzos no tuvieron éxito.En 1884, solicitó a Chile la devolución del material requisado, lo cual tuvo eco en Santiago y, por orden del presidente Domingo Santa María, recibió la devolución de 10.000 libros para la Biblioteca de Lima.Cuando comenzaron a aparecer las estatuas en las plazas y paseos de Chile, la prensa primero informó sobre el asunto sin criticar.De ella, y otros documentos se desprende que el intendente de Valparaíso, Eulogio Altamirano Aracena, el presidente de Chile Domingo Santa María y el ministro del interior José Manuel Balmaceda estaban al tanto del desvalijamiento.El diputado Augusto Matte Pérez inquirió al ministro del Interior José Manuel Balmaceda sobre los "oprobiosos y humillantes" cargamentos de bienes culturales peruanos[1]: 314 : Balmaceda intentó aplacar los ánimos aduciendo que Lynch al parecer había encontrado los bienes en una bodega y que pensó que no habría reparos en enviarlos a Chile.Cuando se vio contradicho por la evidencia, Balmaceda apeló "a la discreción de los diputados" y “el giro que se ha dado a este negocio no es conveniente ni para la Cámara ni para el país”.Los historiadores chilenos Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna no relatan los hechos en sus voluminosas historias de la Guerra a pesar de la cercanía temporal y su acceso a las fuentes.[1]: pág.
Manuel Ricardo Palma y Carrillo
, durante la guerra subdirector y luego director de la
Biblioteca Nacional del Perú
, intentó infructuosamente detener el desvalije. Posteriormente logró que Domingo Santa María ordenase la devolución de una parte de los libros y otros objetos mal habidos.
Caricatura publicada en la revista chilena
El Padre Cobos
en 1882. El Ministro
Balmaceda
lava sus manos en inocencia y ordena al intendente de Santiago,
Mackenna
, deshacerse del pesado león peruano. La élite de Santiago observa con placer la llegada de la estatua. El texto de la caricatura decía:
'B': Guillermo, agarra esos leones I llévatelos mui lejos; Mira que la prensa seria no quiere en la plaza verlos.
'M': Pero, señor, ¿i yo entonces cómo ante el público quedo?
'B': Quedarás como un babieca, como un tonto, como un perro Loco... ¿i a mi que me importa que digan de una hasta ciento de ti, no diciendo nada de mi ni del ministerio?
'M': Pero, ¿qué hago con los leones? ¿adonde, señor, los meto?
'B': Métalos donde usted quiera: la cuestión es esconderlos. Lo que en el norte granjeamos, Lo que del norte traemos, Si lo dejamos oculto ya deja de ser granjeo. Mas ponerlo en una plaza! Eso no puede ser bueno. Podemos traer un Huáscar, Héroe de pelo en pecho, pero traer alimañas, ¡Traer leones, traer perros, ¡Eso es atentar contra el internacional derecho!
'M': Es que yo tengo vergüenza i, la verdad, no me atrevo a emplumar con estos brutos, pues me parece que el pueblo a darme va de piedras que me deje como nuevo.
'B': Obedece pronto, i calla i no me chistes, Guillermo. Por la razón o la fuerza, con tus leones i tus perros i todos tus animales vete al instante al infierno"