Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque inocua, es ingrata de presenciar.
Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir.
[4] Tácito describe como un gran orador militar a Lucius Vipstanus Messalla.
Las escuelas de latinidad insistieron en ello desde la Baja Edad Media, y sobre todo en el Renacimiento.
No ha sucedido por mera impertinencia ni por desafuero que yo, pobre hombre solitario, haya osado hablar ante Vuestras Altas Mercedes.
La miseria y el gravamen que pesan sobre todos los estados, máxime sobre los países alemanes, me han movido no sólo a mí, sino a cualquiera para gritar con frecuencia y pedir auxilio.
Muchas veces los concilios emprendieron algo, pero ha sido impedido y empeorado hábilmente por la astucia de algunos hombres.
Y en nuestra época, ¿qué elevó tan alto a Julio II, el ebrio de sangre?
Aquí hay que emprender la tarea con humilde confianza en Dios, rechazando la fuerza física, y buscar la ayuda de Dios con seria oración, representándonos solamente la miseria y la desgracia de la desventurada cristiandad, sin fijarnos en lo que haya merecido la gente mala.
Por lo tanto, procedamos en este asunto con el temor de Dios y con sabiduría.
Hasta ahora los papas y los romanos con la ayuda del diablo pudieron confundir a los reyes entre sí.
Lo podrán hacer también en el futuro, si obramos sin el auxilio de Dios, solamente con nuestro poder y conocimiento.La literatura moderna reflejó tanto la idealizada oratoria clásica (como hace Shakespeare en La tragedia de Julio César) como su oratoria contemporánea, muy a menudo satirizándola (como hace el Padre Isla en Fray Gerundio de Campazas).
La oratoria política de la Edad Contemporánea tuvo como ámbito natural las instituciones parlamentarias y las campañas electorales.
La consciente utilización de la propaganda política y la manipulación política a gran escala mediante estos medios fue un signo distintivo de los regímenes totalitarios, y explícitamente valorada por Joseph Goebbels en la Alemania nazi.
No fue menor su utilización en los regímenes democráticos contemporáneos (discursos radiados del presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt).
... resolvamos aquí firmemente que estos muertos no habrán dado su vida en vano.