Los confesores de los reyes tuvieron un lugar más o menos destacado en todas las cortes católicas.
El confesor, en muchos casos, sirvió como consejero íntimo del rey, la única persona con quien podía consultar sobre sus problemas con seguridad de que sus palabras no se repetirían.
Con Carlos IV fue confesor un clérigo de ideas ilustradas, Félix Amat.
Tuvo varios confesores, John Longland, obispo de Lincoln (se carteaba con los humanistas europeos, como Luis Vives), Juan Fisher, obispo de Rochester (opuesto a la anulación del matrimonio del rey, fue condenado a muerte -más tarde canonizado por la Iglesia católica-), Nicholas Heath, su sucesor (bautizó a Eduardo VI).
En el reino de Inglaterra altomedieval hubo un rey denominado Eduardo el Confesor, pero no se refiere ese mote a ningún tipo de función eclesiástica, sino a su consideración como santo.