Se ordenó sacerdote en 1774 y se doctoró en Teología en Gandía, que enseñó en el seminario de Barcelona, del que fue bibliotecario desde 1775.
Al morir el obispo de Barcelona, Joseph Climent y Avinent, que fue su protector, pronunció su sermón panegírico.
Se granjeó la enemistad de los ultramontanos con sus Seis cartas a Irénico (Barcelona, 1817), publicadas bajo el sobrenombre de Macario Padua Melato, así como con sus Observaciones pacíficas sobre la potestad eclesiástica, aparecidas en Barcelona en 1819-1822, en tres volúmenes.
En ellas —motivo de una agria polémica con el nuncio Giustiniani— defendía la reforma de la iglesia y la conciliación de los poderes espiritual y temporal conforme a los postulados, cercanos al pensamiento jansenista, que ya había defendido en el pasado, por ejemplo cuando a la muerte de Pío VI sostuvo el acierto de aplazar los recursos a Roma «hasta que haya un Papa reconocido por S. M.» conforme al controvertido decreto dictado por el Gobierno de Mariano Luis de Urquijo.
Tras la expulsión de los franceses y el regreso de Fernando VII se publicó un Real decreto que mandaba salir a cierta distancia de la Corte a todas las personas que hubiesen recibido determinadas gracias del Rey intruso.