Se considera como cofradías penitenciales históricas de la ciudad de Valladolid a cinco Hermandades que se constituyeron o bien en los últimos años del siglo XV o en el XVI, con unas características y un sello inconfundibles en cada una.
Los cofrades cumplen con tres llamadas indispensables: Oración, penitencia y caridad.
A lo largo de este siglo hubo altibajos que se correspondieron con la vida política del país.
Sin embargo en 1935, el obispo Gandásegui consiguió una autorización especial para sacar las procesiones de Semana Santa.
Las cofradías tuvieron grandes dificultades económicas durante el siglo XVIII porque las autoridades reformistas trataron de impedir que continuaran con una serie de costumbres que, a su entender, constituían abusos y escándalos.
[4] Años más tarde, en 1797 se restituyó la existencia legal a las cofradías penitenciales.
Estas disposiciones entrarán en vigor en plena ocupación francesa, en 1810, bajo el mando del general Kellerman que, como medida política muy astuta, quiso mantener en paz a los vallisoletanos concediéndoles aquello que tanto apreciaban: las procesiones de Semana Santa.
El ambiente sociopolítico que se vivía contribuyó a este ocaso.
Una vez hecha la elección, todos los miembros de la cofradía salían con su clarín en dirección al domicilio del interesado a dar la noticia.
Para llegar a la dignidad de Alcalde era necesario haber pasado por los oficios menores.
Previamente se había preparado un almuerzo que era en realidad el almuerzo de admisión pues los aspirantes no tenían más que apuntarse a este evento, previo pago de una pequeña cantidad, y con esa diligencia ya se les consideraba cofrades.
[nota 5] La persona que recibía este regalo daba a cambio unos 100 reales.
A veces el regalo consistía en una gallina y una limeta de vino.
Nació esta cofradía con la obligación de curar enfermedades contagiosas y atender a los viandantes desamparados.
Al hermanarse con los Florentinos, la cofradía de la Pasión pretendía (y lo consiguió) obtener del papa las mismas bulas e indulgencias.
La ceremonia continuaba al día siguiente, es decir, el día de la ejecución; los cofrades andaban desde el amanecer por la ciudad recogiendo limosnas para los gastos y misas que se ofrecían por su alma (la del reo), tocando unas tristes campanillas al tiempo que pronunciaban con doliente soniquete estas palabras:
Si la magnitud de las fechorías del reo era muy grave, su cuerpo era descuartizado repartiendo cada parte por los caminos.
[nota 8] Mientras tanto se elevaba un túmulo en el humilladero (o ermita) que la cofradía tenía en propiedad fuera del Puente Mayor, en el actual barrio de la Victoria y más tarde se decían unas misas por el alma de los difuntos cuyos huesos habían sido depositados allí.
Desde allí llegaban al templo de las Angustias donde se había montado otro túmulo.
La cofradía tenía su sede en la iglesia de la Pasión, construida en el siglo XVI y reedificada en 1672; sufrió los mismos avatares de decadencia que las otras, quedando pocos cofrades que pudieran atender el templo; éste fue declarado ruinoso en 1924 y en 1926 se dispuso su cierre al culto.
Desde allí fue trasladada al Santuario y después a la iglesia de la Magdalena.
Desde 1993 su sede fue la iglesia del Convento de San Quirce y Santa Julita.
[11] Desde mediados del siglo XVI la cofradía tenía sus propias imágenes que procesionaban.
La cofradía contaba con una imagen de papelón (cartón y tela encolada) llamada Longinos que sustituyeron por el Descendimiento -que consta de seis imágenes-, un paso encargado a Gregorio Fernández en 1615.
No había pues en realidad continuidad con la cofradía de la Piedad que había ocupado la mencionada capilla mercedaria y así lo hizo constar la cofradía de las Angustias a finales del siglo XVI en el pleito que mantuvo con aquella.
Durante años continuaron los pleitos y el descontento hasta que en 1630 consiguieron independizarse de nuevo.
[nota 15][20] En tiempos del obispo Gandásegui, en los primeros años del siglo XX no se tenía noticia de ningún cofrade vivo que pudiera dar testimonio y continuación a la cofradía, por lo que se estimó conveniente reorganizarla desde cero con ayuda de la institución Casa Social Católica.
Tenía su sede en el propio convento, de donde salía la procesión del Viernes Santo.
Con motivo del distanciamiento que empezaba a manifestarse, estas reuniones pasaron a celebrarse en la iglesia de San Julián que se encontraba en la vecina calle de la Encarnación.
A partir de este suceso el enfrentamiento entre cofrades y agustinos fue irreversible dándose la ruptura final en 1684.