[1] En un sentido más amplio, una reliquia constituye el cuerpo entero o cada una de las partes en que se haya dividido, aunque sean muy pequeñas.
El culto a las reliquias ha sido un fenómeno de gran importancia social, económica y cultural.
Todo ello condujo a que se dieran con frecuencia falsificaciones, engaños, y conductas supersticiosas.
Durante la Baja Edad Media se intensificará todavía más este culto a las reliquias.
Recogían asimismo la sangre derramada, empapándola en esponjas, paños o cualquier otra materia absorbente.
Otra manera de obtener estas reliquias era mediante la compra, generalmente pagando en plata.
Una vez envuelto el cuerpo en la dalmática buscaban un enterramiento digno y lo decoraban, convirtiéndolo en santuario para sus oraciones.
El cuerpo de un santo como reliquia llegó a ser indispensable para presidir las asambleas.
Se llegaba a pagar por el cuerpo de un mártir sumas considerables.
[4] Desde los comienzos del cristianismo, los restos de los mártires estuvieron ligados al sacrificio eucarístico, celebrando los misterios sobre su tumba.
Otro lugar donde se conservaban era en oratorios privados y a veces incluso en casas particulares.
No sólo era una reliquia sagrada el cuerpo entero del mártir, sino multitud de objetos grandes o pequeños que habían pertenecido al santo o habían estado en contacto con él.
[27] También actualmente, se conserva otra túnica (parecida a un manto), en la basílica de Saint-Denys d'Argenteuil en Francia.
[30] El Evangelio cuenta que al nacer Jesús, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
La noble castellana doña Magdalena de Ulloa, como Felipe II, sentía una devoción especial hacia las sagradas reliquias.