En primer lugar, se opusieron a la iconodulía los monofisitas, que junto con judíos y musulmanes influyeron en el surgimiento de la crisis iconoclasta en el Imperio bizantino durante el siglo VIII.
[7] En la Iglesia católica, la veneración de imágenes constituye un elemento relevante en la piedad popular, sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras representaciones: los fieles rezan ante ellas, las adornan, las saludan, hacen procesiones, les cuelgan exvotos, etc.[8] Por su parte, en la Iglesia ortodoxa se considera que el uso de imágenes sagradas y la postración ante ellas es una expresión importante de la adoración a Dios y la veneración a los santos,[9] aunque como ocurre en otras Iglesias orientales solo se haga uso de iconos realizados conforme a cánones vigentes durante siglos,[8] excluyendo otras representaciones plásticas.
[7] La postura judía contra las imágenes en el culto, compartida por buena parte del protestantismo, se fundamenta principalmente en la prohibición que se expresa en el texto de los Diez Mandamientos contenido en la Torá o Pentateuco:[7]
[d][10][11] Según lo anterior el arte sacro sería un don recibido de Dios con el que se le podría alabar.
[e] Las obras hechas para el Tabernáculo y para el Templo habrían sido sagradas, aunque unas sirvieran como ornamentos y otras fueran objeto de especial reverencia, como el Arca (que solo tocarla sin el debido respeto podría incluso causar la muerte).