En el siglo IV, tras la conversión de Constantino, se compilaron muchos martirologios, narrando (muchas veces con gran realismo y truculencia, lo que contribuyó no poco a su éxito) las excepcionales circunstancias de los mártires durante las persecuciones.Pero Atanasio habla de una santidad distinta, que no se adquiere con la reflexión filosófica, sino en la búsqueda incansable de Dios, en la soledad del desierto, superando tentaciones demoníacas y curtiéndose en un ascetismo sobrehumano.En ese mundo clásico dominado ideológicamente por el cristianismo, las biografías de héroes, emperadores, capitanes o filósofos.En Europa Occidental, la hagiografía más divulgada en la Baja Edad Media fue la "Vida de San Benito" narrada por Gregorio Magno y en el Renacimiento fue la "Leyenda Áurea" de Jacopo da Vorágine y, durante la Edad Moderna, las Acta Sanctorum comenzadas por el jesuita Jean Bolland.En cambio, las actas de mártires que se escribieron desde el siglo IV tenían más bien un carácter apologético.[9] En cuanto a las Vitae existe un número reducido de ejemplares si se compara con el corpus producido en otras latitudes.Después de este primer momento los monjes de la península, influidos por los franceses y occitanos, a partir del siglo XIII comienzan a escribir literatura hagiográfica en lengua vernácula y ya no en latín.[10] Aunque aparezcan obras escritas en castellano no se detiene la producción, más culta y menos secular, de literatura hagiográfica en latín.De sus tantas versiones, aquellas ediciones traducidas al castellano se conocen como Flos Sanctorum.El estilo de sus obras se constituye escrito en cuaderna vía, aunque con rima irregular.