Carlo Maria Giulini

Ambos se vieron obligados a vivir escondidos durante nueve meses en un túnel.

Pero su gran éxito se produjo en 1955 con una histórica representación de La traviata con Callas y Di Stefano.

[2]​ Durante los años 1960, tuvo gran demanda como director invitado de importantes orquestas alrededor del mundo, e hizo numerosas grabaciones bien recibidas con la Orquesta Philharmonia de Londres, entre otras.

Con dicha formación Giulini realizó una extraordinaria labor que incluyó numerosas grabaciones discográficas de altísimo nivel y triunfales giras.

Ese mismo año Giulini fue condecorado con la distinción Una vida por la música que anteriormente sólo habían recibido Artur Rubinstein, Andrés Segovia y Karl Böhm.

Muy aquejado por problemas de salud, el maestro italiano ofreció su último concierto público en 1998.

En su opinión, la escritura musical es la más misteriosa porque aunque sus signos matemáticos son precisos, una misma nota puede sonar de forma diferente según factores como el tiempo o la longitud.

[4]​ Su identificación con las obras interpretadas fue absoluta y su grado de emotividad hacia las mismas resultaba fundamental.

En el ámbito operístico su colaboración con el director Luchino Visconti produjo una serie de modélicas representaciones que tuvieron como guinda a una excepcional Maria Callas.

Aunque posteriormente redujo la interpretación operística, sobresalen las versiones de Don Carlos, con Plácido Domingo y Montserrat Caballé y de Rigoletto, con Piero Cappuccilli, Plácido Domingo e Ileana Cotrubas.

En 1991 se grabaron en estudio la primera y segunda, completando así un ciclo publicado por Deutsche Grammophon al que se añadió la Obertura trágica y las Variaciones sobre un tema de Haydn.

Este ciclo, para muchos, constituye el legado más importante del director y la referencia absoluta en estas obras.