Excelente orador y protegido por el arzobispo de Granada José Meseguer y Costa, obtuvo licencia para predicar antes de ser ordenado presbítero para poder ayudar así a la economía familiar que había quedado sin recursos al morir sin testar un tío suyo encargado de administrar la herencia paterna.
Mientras ocupaba sus primeros destinos pastorales en Granada fundó y presidió el Centro Católico Nuestra Señora de las Angustias, agrupación donde, entre otras actividades, se organizaban veladas teatrales, para las cuales José María escribió sus primeras obras.
Matilde Asquerino representó en Madrid con cierto éxito una de ellas, el monólogo ¡El diablo son los hombres!
[4] En estas circunstancias y acuciado por la necesidad de fondos, abandonó el sacerdocio para dedicarse plenamente al teatro.
Inmediatamente escribió El soldado de Nápoles para el empresario Paco Vázquez del teatro Martín que le había pedido una obra y que le prestó ayuda económica.
Poco después, el primero de mayo, se iniciaban en el mismo teatro las diecisiete representaciones que consiguió el apunte en prosa de un acto ¡Qué perros son tos!, obra escrita igualmente junto a López Monís cuyos números musicales corrieron a cargo de los maestros Eduardo Fuentes y Juan Antonio Martínez.
Esta obra proporcionó a José María Granada celebridad y prestigio, pero fue en la temporada siguiente de 1922-1923 cuando alcanzó su mayor éxito.
El 19 de julio siguiente, por la misma compañía y bajo la misma dirección, se estrenó La Virgen del Rocío en el Teatro La Latina, una recomposición de La niña de los sueños[10] que obtuvo escaso escaso éxito, ya que tan solo se representó nueve veces.
Durante la guerra civil dirigió la compañía teatral de la CNT, organización a la estuvo afiliado, representando en el Teatro Alkázar de Madrid, donde también organizó una tertulia literaria a la que asistían los hermanos Antonio y Enrique Paso, Joaquín Dicenta, Alberto Álvarez Cienfuegos, José Silva Aramburu y Fernando Collado, entre otros.
[17] Tras la guerra civil se le siguió un expediente en la Asociación de Autores que no le permitía entregar obra nueva ni cobrar derechos, lo que sumado a la enfermedad que lo mantenía postrado, provocó que se dirigiera por carta pidiendo ayuda económica a amigos y compañeros como Joaquín Álvarez Quintero, Carlos Arniches, Luis Fernández de Sevilla, José Muñoz Román, Luis Fernández Ardavín, Manuel Luna, Antonio Vico, Valeriano León Juan Beringola y Guillermo Fernández Saw.
Únicamente Inocencia Alcubierre tenía experiencia y era bastante conocida por su participación como Doña Inés en Don Juan Tenorio, película dirigida por Ricardo de Baños en 1922.
[22] En diciembre de 1951 hizo pública una «voluntaria y pública retractación» de todas sus palabras, acciones u omisiones que hubieran sido motivo de escándalo, pidiendo perdón a la Iglesia por los daños espirituales que hubiera podido causar, ofreciendo la retirada o destrucción de sus obras si así se lo mandaban y terminando el escrito con los siguientes versos: Se le devolvieron las licencias sacerdotales y pasó a colaborar en la parroquia del Carmen de Madrid,[17] aunque siguió manteniendo contacto con el mundo del teatro.
Celebró la misa en la capilla ardiente de Jacinto Benavente,[24] bautizó a una hija del actor Manolo Carreras[17] y rezó un responso por Enrique Jardiel Poncela,[17][25] entre otros servicios religiosos prestados a petición de sus amigos o antiguos compañeros del mundo teatral.