José Fernando de Abascal
Combatió desde las playas de Argel hasta los campos del Rosellón sin desdeñar para nada su dilatado servicio en las provincias indianas comenzando con Santa Catalina y la Colonia del Sacramento, y La Habana en 1796 hasta llegar a la Intendencia de Guadalajara.En este tiempo se forjó un militar que –al igual que otros compañeros de profesión– ejerció también un mando político conforme avanzó en edad y experiencia, sabiendo siempre conjugar ambas al servicio de la monarquía hispánica.De hecho, estuvo tan ocupado en sus destinos que poco dedicó a sus asuntos personales, como fue su matrimonio tardío.Este período supuso el reflejo del espíritu cultivado de Abascal, que se plasmó en acciones encaminadas a favor de los súbditos españoles americanos del Perú, entendiendo estos como la élite social y a sabiendas de que toda medida tomada desde un organismo público no era baladí sino que, por el contrario, iba encaminada a granjearse las simpatías de dichos súbditos.En relación con las políticas de orden interno, el virrey se centró, como buen ilustrado que era, en aspectos sanitarios y culturales.Apoyó la vacunación antivariólica de los súbditos peruanos, aprovechando la expedición del doctor José Salvany y Lleopart por tierras hispanoamericanas y con el apoyo del protomédico Hipólito Unanue.En Europa las cosas llevaban años poniéndose feas –a raíz de las revueltas habidas en Francia– que afectaron tanto a España como a otros tantos países de su entorno.Con la astucia y el engaño, logró aprovecharse de la división interna de la familia real española, secuestrándola y colocando en los tronos luso e hispano a reyes bajo sus órdenes.Rápidamente se formó una Junta Suprema Central en España para oponerse a la usurpación francesa del Reino, siendo así que el 23 de enero de 1809, el virrey Abascal, en Lima, envió una carta a la Junta, en la que declaraba estar satisfecho por establecerse instituciones que defiendan los derechos de Fernando VII.De este hecho, se aprovechó la tradicional alianza anglo-lusa para apoderarse de las ricas posesiones americanas pero, gracias a los avatares bélicos peninsulares favorables a los españoles (Bailén), pudo dicho pacto ser conjurado.Por esta misma razón, el astuto Abascal se adelantó a jurar lealtad al rey Fernando VII de Borbón, haciendo uso de su autoridad como máximo mandatario político, militar y jurídico del Perú.Incluso, Abascal ordenó que tuvieran menos difusión dichas reformas liberales en el Alto Perú, al ser escenario central del conflicto con los insurgentes.[2] También se debió a que Abascal, como estadista, consideraba que los liberales gaditanos y su constitución no entendían como funcionaba realmente la organización de la sociedad política virreinal.Los representantes peruanos a Cortes —con distinta suerte en su proyección política y personal— se integraron en las comidillas e intrigas gaditanas a favor y en contra de la figura del virrey.Se celebraron las elecciones a los de Lima y Cuzco, paradigmas de la libertad constitucional en el Perú, que se truncaron en esta última ciudad por la revuelta criolla e indígena que en ella se produjo y que tan deplorables secuelas trajo a la paz de la zona.También mencionó su convicción en acatar a los derechos y concesiones para todos los ciudadanos que recientemente las cortes españolas habían reconocido (como la igualdad con el estamento superior del Estado, la exención del tributo indígena y el repartimiento de tierras a los indígenas), argumentando que con estas reformas, ya no habría excusa alguna que haga necesaria apoyar las causas de los "patriotas", quienes a su juicio, debido a sus similares pero falsas promesas de reformismo social, habían llevado a todas las poblaciones de la España americana a la miseria, la devastación y la anarquía liberal, que fue provocado por un inútil derramamiento de sangre revolucionario.