Isabel tenía una relación difícil con su madre, pero, según los informes, estaba profundamente apegada a su tío-padrastro.
Asimismo, sobrevivió a un fuerte ataque de viruela, que le dejó visibles marcas en su rostro.
Poseía un fuerte carácter y una personalidad autoritaria que le otorgó una gran influencia en la Corte de la época.
Dejó claro, tan pronto como puso pie en suelo español, que no sufriría ser llevada por la nariz: pues incluso antes de haber visto la cara del Rey, exilió a la Princesa de los Ursinos, tanto de la Corte como del Reino, a causa del ascendiente que ella sabía que la Princesa tenía sobre el Rey.
Sumó otras pinturas célebres ahora conservadas en el Museo del Prado como Sir Endymion Porter y Anton van Dyck o los dos lienzos de Watteau.
Para ella, los descendientes del primer matrimonio del rey con María Luisa Gabriela de Saboya constituían un escollo más para lograr su principal objetivo: dotar a sus hijos Carlos (futuro Carlos III) y Felipe de un reino donde gobernar.
Mientras Felipe V vivió, la relación entre Isabel y sus hijastros (sobre todo con el infante Fernando) se caracterizó por un continuo ninguneo mutuo, pese a una aparente cordialidad.
Su política estuvo orientada a recuperar para la monarquía española los territorios italianos perdidos por el tratado de Utrecht.