Por lo demás, dicha doña Blanca era esposa del infante aragonés, don Juan, a la sazón hermano del rey de Aragón, don Alfonso V el Magnánimo (1416-1458), y madre del célebre príncipe de Viana (1421-1461), a cuya entronización como rey navarro se opuso su padre, lo cual acabaría llevando la guerra civil al reino (1451).
De aquella batalla huyeron los infantes don Juan, rey consorte de Navarra, y don Enrique, el cual herido en una mano falleció al poco en Calatayud (Zaragoza).
Se trata de un registro en latín, manuscrito con letra gótica bastarda, cuyo original se conserva en el Archivo del Reino de Valencia [Real, libro 269, fol.
La decisión real fue tomada ante la súplica del notario Tomás Comes y la universidad, durante las Cortes Generales celebradas poco antes en Valencia.
En la planta baja estarían los servicios comunes: la cocina o «pastador», con los útiles necesarios para preparar la comida (calderos, paelleras, ollas, lebrillos, platos, morteros...); la despensa «del pa e vi», para guardar los alimentos, con recipientes para harina, vino y aceite; algún cuarto trastero y probablemente descubierto, para animales, leña, etc.
La misma planta podría disponer de otros espacios cubiertos, para la vivienda del cuidador u «hospitalero».
El hospitalero se encargaba de mantener aseado el lugar, así como de recoger las limosnas entre el vecindario, pues el hospital se destinaba fundamentalmente a atender a los enfermos más necesitados: pobres, niños abandonados, naturales o «bordes» y transeúntes, etc.
La misma planta baja –u otro recinto superior- podemos imaginarla formada por dos salas o «enfermerías», una destinada a hombres y otras para mujeres, donde yacerían en camastros los pobres hospitalizados, separados por sexos.
Algunas ermitas o capillas actuales, dentro de los pueblos o villas valencianas, respondieron a aquella necesidad, manteniéndose después de desaparecido el recinto hospitalario que los justificaba.
[3] Respecto a las personas que asistían a los enfermos o residentes, además del mencionado hospitalero -también podía ser una mujer «hospitalera»- que servía en el hospital de forma continuada, cabría nombrar otros profesionales de la salud, espiritual y corporal: el párroco y sus ayudantes, el sacristán o «misario» de la parroquia, que recogía testamentos, administraba la extremaunción y oficiaba los entierros; el boticario «apotecario», que preparaba y vendía los medicamentos; el cirujano menor «barbero-sangrador», que se encargaba de pelar barbas, extraer piezas dentarias, abrir abscesos y aplicar las sanguijuelas o «sangrar»; y el médico o «físico», que trataba de curar las enfermedades y de aliviar los padecimientos de los enfermos.