Las fortificaciones (del latín fortificatio -ōnis) son edificaciones militares construidas para servir como defensa en la guerra.
Muchas instalaciones militares son conocidas como fuertes, aunque no siempre estén fortificadas.
A Jerusalén, según el historiador judío Flavio Josefo, la cercaban tres muros excepto del lado de los valles que, por ser terreno inaccesible, solo contaba con uno.
En la antigüedad estas fortificaciones eran muy frecuentes incluso en ciudades pequeñas, pero el crecimiento urbanístico, junto con la invención de la artillería, fueron desbordándolas y haciéndolas inútiles, por lo que se fueron derribando a lo largo de los siglos hasta que en la actualidad solo subsisten unas pocas como curiosidad arqueológica.
No les fue desconocida la fábrica con tepes o céspedes, así como el arte de sostener las tierras con fajinas aseguradas y mantenidas con piquetes armando lo alto del muro con coronas de estacas y lo que se llamó después falsabraga.
Los romanos tenían por costumbre acampar siempre en recinto defendido con fuertes de postes y fosos.
Se circunvalaban las plazas con fosos, blocaos y parapetos, o baluartes modernos construidos para albergar cañones o ametralladoras en hormigón reforzado con varas de hierro y llamados casamatas, y se usaban también contra las tropas de socorro y cuando el sitio se convertía en bloqueo, las líneas llegaban a formar murallas sólidas guarnecidas de trecho en trecho con torres o puestos de defensa.
Otras veces los soldados, provistos de fajinas, se acercaban a cegar los fosos y subían al asedio, pero siempre sufriendo pérdidas considerables.
Los romanos inventaron después los manteletes, pluteos y las formaciones en testudo ("tortuga") que los resguardaban un tanto.
Finalmente la necesidad, el peligro y el estudio les enseñaron la oportunidad de los zigzags o ramales de trinchera para aproximarse a la plaza con más seguridad y casi sin quebranto.
El corredor o camino cubierto conocido ya hacía mucho tiempo recibió mejoras notables: las afueras, las obras exteriores y destacadas prolongaron los sitios durante las guerras civiles de los Países Bajos.
Desde entonces la superioridad del atacante sobre el sitiado fue ya abrumadora: el sitiador pudo presentar siempre un frente más extenso que el atacado sirviéndose de iguales máquinas e idénticos medios de hacer daño que los sitiados.