Batalla de San Gregorio

En los dos meses que siguieron, fueron elegidos y se reunieron en Santa Fe los miembros de la Convención.

En pocos días, dominaron los partidos del interior de la provincia y se dirigieron sobre Buenos Aires.

La rápida reacción de las milicias urbanas, dirigidas por Bartolomé Mitre, evitó que la ciudad fuera tomada en el primer asalto.

Y le prometió enviarle en unas pocas semanas un fuerte refuerzo, especialmente de infantería.

Entre sus colaboradores se contaban los coroneles Matías Ramos Mejía, Martín Teodoro Campos, Agustín Acosta; a diferencia de Rosas y Belgrano, todos estos habían participado en las luchas contra Rosas, entre los Libres del Sur o en la Coalición del Norte.

Pronto regresó hasta la costa del río Salado, a esperar la prometida expedición naval con armas y municiones.

En éste formaban varios oficiales destacados, como Francisco Clavero, Cesáreo Domínguez, Eugenio del Busto y Cayetano Laprida.

Con ese cambio, la situación quedaba ampliamente a favor del ejército de la Confederación: casi exactamente 3 federales por cada unitario.

Pero cuando el teniente coronel Nicanor Otamendi pretendió contraatacar, sus hombres se negaron a obedecer y lo tomaron prisionero.

Viendo la situación, Paz ordenó un ataque general de su caballería, que se llevó por delante al ejército enemigo en minutos.

Pero Lagos no quiso cumplir la orden y lo puso en libertad, permitiéndole entrar en Buenos Aires.

La pequeña flota de Urquiza logró bloquear la ciudad, al mando del capitán estadounidense John Halstead Coe.

Unos pocos buques porteños intentaron enfrentarla, pero sus capitanes fueron sobornados y se pasaron a la Confederación.

El sitio se prolongó por varios meses más, con choques armados casi todos los días.

Buenos Aires sancionó su propia constitución, que dejaba abierta la posibilidad para una independencia definitiva.