Heredia reemplazó a los gobernadores de Salta, Jujuy y Catamarca por jefes militares adictos.
A fines de 1838, Heredia fue asesinado por un oficial descontento, apoyado por algunos personajes del partido unitario (o al menos liberal) que estaban en Tucumán bajo su protección.
En medio de esas tratativas murió López, por lo que Cullen regresó a Santa Fe y se hizo elegir gobernador.
Por su parte, el exgobernador cordobés Pedro Nolasco Rodríguez se había trasladado a Catamarca, donde el gobernador Cubas le entregó quinientos milicianos para unirse a la revolución, que ambos ignoraban que ya había fracasado.
[3] Los gobernadores del norte argentino se fueron pasando al partido liberal, con apoyo de exunitarios.
Como en todos los casos terminaron aliados a exunitarios notables, el título –si no verdadero– resultó una simplificación útil.
Manuel Solá (Salta), Marco Avellaneda (Tucumán) y José Cubas (gobernador catamarqueño), pasaron casi dos años intentando dirigir una sublevación general contra Rosas, y hasta apoyaron sublevaciones contra algunos gobernadores leales a Rosas.
Insólitamente, eligió para esa misión al general Gregorio Aráoz de Lamadrid, un exunitario muy destacado.
Lamadrid se pasó a sus filas, y fue nombrado comandante del ejército provincial.
Pero la relación directa era imposible, excepto a través del Chaco, camino impracticable para grandes ejércitos.
Si bien su objetivo confeso era obligar a reunir un congreso constituyente, con o sin Rosas, o incluso contra él (se descontaba que debería ser derribado), realmente no se dieron pasos útiles en esa dirección.
Explícita o tácitamente,[4] se acordó con el general Lavalle una táctica que podría haber sido efectiva.
Poco después estalló en Santiago del Estero una sublevación contra el gobernador Ibarra.
Oficialmente, el nuevo gobernador José Francisco Álvarez se unió a la Coalición del Norte.
También llegó desde Catamarca el nuevo gobernador, José Luis Cano, al frente de cuatrocientos hombres.
Solá capturó la ciudad desierta, emitió algunas proclamas inútiles y persiguió sin resultado a Ibarra.
El no invitado y fracasado "libertador" debió continuar hacia Córdoba, mientras Cano regresaba a su provincia.
De modo que, cuando Lavalle llegó a destino, Lamadrid no estaba allí, ni había noticia alguna sobre su paradero.
En Salta, el gobernador interino Miguel Otero se había pasado abiertamente a los federales.
Oribe también entró en La Rioja, donde se pasaron a sus fuerzas casi todos los comandantes militares de la zona de Los Llanos, con la notable excepción del futuro famoso caudillo Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho.
Y los coroneles Mariano Maza e Hilario Lagos ocuparon Catamarca con fuerzas venidas desde Buenos Aires.
Lamadrid avanzó lentamente hacia el sur; incorporó a las fuerzas de Peñaloza y siguió su camino.
Su avanzada, al mando del general Acha –recientemente ascendido a ese grado– llegó a las cercanías de San Juan, perseguido por el gobernador sanjuanino Brizuela y por Aldao, que se habían visto sorprendidos por la maniobra de Lamadrid.
Lamadrid llegó a San Juan unos días más tarde, y la encontró abandonada por los federales.
Desde allí continuó hacia Mendoza, y también la ocupó; se hizo nombrar gobernador –y conceder "facultades extraordinarias"–.
Organizó en lo que pudo su ejército, persiguió a sus opositores, los esquilmó y los hizo fusilar.
Benavídez y Aldao aportaron tropas, pero se sometieron al mando de este.
La batalla había sido sangrienta, pero los historiadores coinciden en que murió aún más gente en el cruce de los Andes.
El coronel Mariano Maza invadió esa provincia y venció a un primer ejército en Piedra Blanca.
Salvo por dos episódicas campañas lanzadas por Peñaloza desde Chile, no habría más resistencias a Rosas en el interior hasta 1852.