La personalidad que subyace a los escasos datos y las obras de arte no ha podido ser reconstruida mediante la investigación histórica.
En la actualidad no puede precisarse si el primer encuentro entre los dos se produjo ya durante la primera estancia de Adriano en Bitinia, en 121, o en 123/124.
[3][e] Desde el momento de su encuentro, y hasta su muerte, Antínoo acompañó al emperador en todos sus viajes.
[6] La tradición cristiana y la interpretación moderna de la pederastia la reducen generalmente a su componente sexual.
Por otro lado, se sabe que el emperador estaba descontento de su matrimonio con su esposa Vibia Sabina.
Según otra versión, Antínoo se habría sacrificado por el emperador, para asegurarle, mediante este sacrificio, una vida larga y afortunada.
Los cultos a Antínoo se establecieron sobre todo en las provincias orientales del Imperio Romano, de fuerte impronta griega (en las provincias occidentales del imperio también se podía encontrar ese tipo de adoración, pero nunca consiguió establecerse con tanta fuerza).
Solo la muerte por ahogamiento durante la crecida sagrada del Nilo ya implicaba para los egipcios la exaltación: también el dios Osiris se había ahogado en el Nilo, de acuerdo con la mitología egipcia,[14] por lo cual la consagración del joven como «Osiris-Antínoo» u «Osirantínoo» no fue tan sorprendente.
Como el gran dios, después de su deificación, Antínoo podía recibir plegarias y curar a los enfermos.
Por todo el Imperio se han descubierto inscripciones en su honor, además de en Roma, por ejemplo en Lanuvium y en Tívoli.
[20] Probablemente el punto más alto en la exaltación del joven de Bitinia llegó cuando se dio su nombre a una constelación.
No ha llegado hasta nosotros cuál fue la opinión de los contemporáneos del emperador sobre este culto casi obsesivo.
Esto es extraordinario sobre todo porque su culto se mantuvo en su apogeo solo durante los pocos años que mediaron entre su muerte y la de Adriano (130-138).
Puede ser que ese prototipo sea la escultura conocida como Apolo del Tíber.
A menudo las estatuas poseían los atributos de las divinidades con las cuales Antínoo debía ser identificado o fusionado.
Desde 133/134 se acuñaron en diversas ciudades del oriente griego monedas con el retrato de Antínoo.
Las monedas pueden datarse de forma relativamente precisa, ya que en las acuñadas en Egipto figura la fecha local.
Generalmente, los anversos estaban reservados al emperador, miembros de la familia imperial o divinidades.
Las monedas de Alejandría y Tarso omiten esta inscripción, y señalan la condición divina del difunto mediante una corona HemHem o una estrella, símbolo de la naturaleza divina del personaje reproducido.
No en último lugar, estas acuñaciones debieron atraer la benevolencia del emperador, asegurándole la lealtad de las ciudades.
Al comienzo la atención estuvo centrada solo en su representación en el arte, y no en la persona o la leyenda del joven bitinio.
Las casas reales de Inglaterra, España y Francia ordenaron hacer copias en bronce o en mármol.
Johann Joachim Winckelmann apreció la estatua por su belleza, aunque criticó ciertas imperfecciones en las piernas y el ombligo.
Ennio Quirino Visconti la interpretó a comienzos del siglo XIX como una representación de Mercurio.
Solo en una carta declara, incidentalmente, que no estimaba la estatua, a excepción de la cabeza.
Rafael no escogió a ninguna divinidad del mundo clásico, sino al profeta bíblico Jonás, con lo cual cristianizó la figura de Antínoo.
El personaje es mostrado aquí como Dionisos-Osiris, portando una diadema, tal vez un uraeus.
La cabeza fue hallada en 1720 y expuesta en un principio en la Villa Mondragone, cerca de Frascati, razón por la que es conocida con este nombre.
Historischer Roman aus der römischen Kaiserzeit (1880), de George Taylor; Antinous, des Kaisers Liebling.
Ein Seelengemälde aus dem Alterthume (1888), de Oscar Linkes; Der Kaiser (1890) del egiptólogo alemán Georg Ebers; Antinous oder die Reise eines Kaisers (1955), de Ernst Sommers; y Antinous, Geliebter!