Culto imperial (Antigua Roma)

Esto permitió a Severo presentarse como heredero y sucesor de Pertinax, aunque los dos no estaban emparentados.

En ocasiones todavía más raras, romanos no miembros de la familia imperial podían ser deificados igualmente.

La última persona de este tipo deificada fue Antínoo, el joven amante del emperador Adriano.

Su sobrino e hijo adoptivo, Octavio construyó un templo en Roma dedicado a Divus Julius (el «divino» o «deificado» Julio).

En el desarrollo mitológico, una casa imperial, la gens Julia fue retratada como los descendientes del héroe Iulo, Venus y Júpiter[n. 1]​ por Virgilio, autor de la Eneida.

El primer libro de ese poema contiene un pasaje en el que Júpiter revela sus decisiones a Venus con estas palabras: Nascetur pulchra Troianus origine Caesar, imperium oceano, famam qui terminet astris,-- Iulius, a magno demissum nomen Iulo.

Hunc tu olim caelo, spoliis Orientis onustum, accipies secura; vocabitur hic quoque votis.

[2]​ Nacerá troyano César, de limpio origen, que el imperio ha de llevar hasta el Océano y su fama a los astros, Julio, con nombre que le viene del gran Julo.

Ambos templos se situaron en la parte asiática del Imperio romano: Al contrario, otros emperadores eran menos sutiles en sus intentos de engrandecerse.

Muchos emperadores tenían dioses guardianes personales, especialmente populares fueron Hércules, Júpiter y Sol Invictus, que supuestamente los protegían y guiaban, pero generalmente evitaban asumir el rango de una deidad en vida, incluso si algunos críticos insistían en que debían hacerlo.

[6]​ Más a menudo, los emperadores fallecidos eran sujetos de veneración durante este periodo, al menos, los que no se habían hecho tan impopulares con sus súbditos que la población considerara su asesinato un alivio.

Domiciano fue el único emperador que se declaró a sí mismo dios mientras aún vivía.