Werner Herzog

Sus películas a menudo presentan protagonistas ambiciosos con sueños imposibles, personas con talentos únicos en campos oscuros o individuos que están en conflicto con la naturaleza.

Desde entonces ha producido, escrito y dirigido más de sesenta largometrajes y documentales, como Aguirre, la ira de Dios (1972), Herz aus Glas (1976), Nosferatu el vampiro (1979), Fitzcarraldo (1982), Lektionen in Finsternis (1992), Flucht aus Laos (1997), Mi enemigo íntimo (1999), Invencible (2000), Grizzly Man (2005), Encounters at the End of the World (2007), Bad Lieutenant: Port of Call New Orleans (2009) y Cave of Forgotten Dreams (2010).

[3]​ La revista Time lo nombró una de las 100 personas más influyentes del mundo en el año 2009.

[7]​ Nacido en el seno de una familia muy pobre,[8]​ Herzog creció sin radio ni cine, en pleno contacto con la naturaleza, en una granja, alejado del mundo moderno.

Según afirma el propio director, no tuvo conocimiento de la existencia del cine hasta los once años, la misma fecha en la que vio por primera vez un coche.

Durante su adolescencia, pasó por una etapa de gran fervor religioso, llegando a convertirse al catolicismo, lo que provocó discusiones con sus familiares, ateos convencidos.

Para pagarse sus películas, trabajó en diversos oficios, que combinaba con sus estudios secundarios y más tarde universitarios.

En Estados Unidos combinó de nuevo sus estudios con diversos trabajos, como soldador en una fábrica o aparcacoches, para ganar dinero que luego invertiría en su arte.

[8]​ Le seguirían Juego en la arena (1964), Últimas palabras (1967) y La incomparable defensa de la fortaleza Deutschkreutz (1967).

Fundador del denominado Nuevo cine alemán junto con otros cineastas como Rainer Werner Fassbinder, Herzog ya en sus primeros cortos, como Herakles o Juego en la arena, dejó clara su preferencia por los antihéroes, personajes de singular personalidad enfrentados a un mundo hostil, para los que la lucha por su supervivencia o por defender sus ideas está siempre abocada al fracaso.

Sus personajes se rebelan ante lo absurdo de la vida y su lucha contra esta situación les lleva a la locura, la anulación total o la muerte.

A veces, incluso el propio Herzog ha compuesto algunas piezas para completar la banda sonora de sus películas.

El esplendor de la naturaleza siempre esconde para Herzog un lado oscuro y frecuentemente maligno para sus antihéroes.

Aunque huye del cinéma verité, Herzog siempre ha buscado efectos visuales reales en sus filmes.

Un ejemplo significativo fue Fitzcarraldo, en la que la obsesión, tema central de la película, fue reproducida por el director durante la filmación.

Herzog plasmó esta relación, que a veces llegó al enfrentamiento físico, en el documental Mi enemigo íntimo.