[7] Como técnica retórica es efectiva, y tiene como objetivo persuadir de una idea a personas que se mueven más por sentimientos que por la lógica;[8] se atacan, así, no los argumentos propiamente dichos, sino a la persona que los produce y algunas de sus circunstancias, como origen, etnia, educación, riqueza (o pobreza), estatus social, moral, familia, etcétera.Los diversos tipos de argumentos ad hominem han sido conocidos en occidente desde al menos la antigua Grecia.Aristóteles, en su obra Refutaciones sofísticas, detalló la falacia de poner bajo escrutinio al cuestionador en lugar del argumento en sí mismo.La refutación adecuada, escribió, no es debatir las características de la persona (solutio ad hominem), sino abordar la ambigüedad original.Esta aproximación también se popularizó en los libros de historia de mediados del siglo XX, pero fue cuestionada por el filósofo australiano Charles Leonard Hamblin en la segunda mitad del siglo XX.Perelman) o ataque personal, mediante la cual se procura demostrar que una crítica o una objeción se aplica igualmente a la persona que la realiza, rechazándola sin entrar a analizarla.Por lo tanto, se deduce que no puede tener un argumento válido al respecto de la esclavitud por tener esclavos él mismo, lo cual no define la validez o invalidez de su argumento.Las falacias por asociación poseen el siguiente esquema: Los clásicos denominaban al argumento ad hominem con la expresión argumentum ex concessis, es decir, que usa en su favor los argumentos «aceptados» o «concedidos» (ex concessis) por el interlocutor.[22] Los tratadistas consideran que el argumento ad hominem es un recurso que se utiliza con fines prácticos, en discusiones filosóficas, jurídicas, políticas, etc., siempre que se pretende persuadir a alguien de algo, lo cual exige compartir con el auditorio algunas de las premisas, aunque sea de forma solo teórica: