Monarquía feudal
La coincidencia temporal con las cruzadas y la fase más expansiva de la Reconquista aumentó el protagonismo de estos reyes, que utilizaron estos procesos para volcar hacia el exterior la necesidad intrínseca del feudalismo por la guerra.En su tiempo también los reyes invitaban a los vasallos, como muestra de riquezas y prosperidad en su reino.A veces se han caracterizado como precoces monarquías nacionales (concepto que no debe utilizarse de una forma anacrónica, puesto que las naciones, tal y como se entenderán en la Edad Contemporánea no se habían formado).La base del poder de los reyes consistía justamente en el reparto del patrimonio en tierras entre sus vasallos, en forma de feudo, lo que hacía a éstos en la práctica independientes, atendiendo a la lógica descentralizadora subyacente al sistema feudal, que difunde el poder hacia abajo en las redes vasalláticas.[2] No existe una relación directa entre el rey y los súbditos: está intermediada por la nobleza feudal, sea laica o eclesiástica (clero).La evolución posterior de estos territorios es desigual: en el reino de Luis el Germánico, la persistencia del título imperial -extendido difusamente por Alemania e Italia con los Otónidas y los Hohenstaufen, y en conflictiva relación con el papado (querella de las investiduras, güelfos y gibelinos)- no permitirá la constitución de un escalón intermedio entre los poderes universales (a la larga inoperantes) y los poderes locales: nobles, eclesiásticos o corporaciones urbanas (en la práctica independientes, como estados nobiliarios, diócesis cuasisoberanas o ciudades-estado).Más adelante, ya en la Edad Moderna, y sobre todo a partir del siglo XVII, se conformarán las monarquías absolutas.