Motines anticlericales de 1835

“Todos los movimientos revolucionarios que estallaron en varias ciudades durante el verano de 1835 y se manifestaron en la quema de conventos y en la repulsa del Estatuto Real tienen un mismo denominador común: la hostilidad a los regulares, motivada ya por su intervención en la represión después del Trienio Liberal, ya por sus simpatías por el carlismo”.En las Cortes pronto apareció una oposición claramente liberal que consideraba insuficiente el marco político establecido por el Estatuto Real porque no reconocía el principio de la soberanía nacional.Concretamente el diario liberal El Eco del Comercio lo señalará como autor del asesinato de cuatro o cinco religiosos que murieron en los incidentes de ese día –más tarde el fraile se alistó en el ejército liberal y fue fusilado por los carlistas en el Bajo Arágón-.[5]​ Por orden del capitán general, el arzobispo abandonó Zaragoza con escolta militar y después de pasar por Lérida se refugió en Francia, concretamente en Burdeos, donde residiría hasta su muerte en 1843.[7]​ Durante esa primavera hubo otro motín en Murcia contra las autoridades que tenían simpatías absolutistas, aunque los que murieron esta vez no eran eclesiásticos, sino un escribano antiguo voluntario realista, el cocinero del obispo y otro ciudadano.Participan en la destrucción mujeres y niños en una auténtica algarada contra lo que durante siglos había significado el privilegio de un recinto sagrado”.[10]​ «En efecto, en el caso de Zaragoza, se constata la animadversión rotundamente económica y política a una institución [la Iglesia] decantada por conservar sus privilegios, posesiones e impuestos propios».Cuatro medidas que se entrelazaban como parte del mismo objetivo revolucionario.Posteriormente, la Junta establecida en Zaragoza explicaría las motivaciones de tales comportamientos en un texto que revelaba el resentimiento acumulado desde 1823 contra el clero, para cargar sobre «un pueblo religioso hasta la superstición» la acción de venganza como si hubiese sido una acción ciega y colectiva, sin dirección, pero sobre todo para concluir ante la regente, como máxima autoridad institucional, que si quería «calmar la ansiedad pública» la «primera providencia indispensable» no era más que la supresión de todos los conventos de religiosos «declarando sus edificios y bienes propiedad nacional».Sin embargo, la oposición liberal planteaba desde las páginas del Eco del Comercio su rechazo a la represión, método inviable para «asegurar el orden público, ni en Zaragoza ni otros puntos», porque la fórmula no era otra que la propia revolución liberal que tantos intereses concitaba a estas alturas”.Esto no evitó que durante la noche del 22 de julio fueran asaltados e incendiados varios conventos donde fueron asesinados doce frailes franciscanos y nueve carmelitas.[18]​ Los asaltos a estos conventos en algunos casos se hicieron al mismo tiempo por lo que fueron obra de grupos diferentes.Según el periódico Panorama Español la acción contra los conventos estaba preparada de antemano:[9]​ Ana María García Rovira, por el contrario, afirma que el movimiento fue espontáneo, aunque señala que destacados liberales, como el impresor y editor M. Rivadeneyra, participaron en la bullanga, intentando canalizar el malestar popular.Así pues, entre los alborotadores no solo hubo miembros de las clases populares sino también gente acomodada que se enfrentaban a un enemigo común, los frailes.Por eso, esta vez el gobierno no podía abrir juicio por la violencia desplegada contra los frailes en Barcelona.Al día siguiente fue incendiada la fábrica El Vapor, instalada hacía poco en la calle de Tallers por la sociedad Bonaplata, Vilaregut, Rull y Cía.(…) Muchos religiosos abandonaron los conventos y se refugiaron en casas particulares o en el monte.[27]​ En Tarragona el 27 de julio fue atacado el arzobispo Echanove que consiguió refugiarse en una fragata inglesa donde permaneció tres días, consiguiendo finalmente pasar a otro barco que lo llevó a Mallorca y, al no estar tampoco seguro allí, desembarcó en Mahón el 4 de agosto.Durante los primeros días de agosto se repitieron diversas asonadas anticlericales en Murcia.[29]​ Así relató A. Fernández de los Ríos veinte años después la exclaustración que dirigió en Madrid Salustiano Olózaga:[30]​ Julio Caro Baroja ha llamado la atención sobre la figura del viejo fraile exclaustrado, pues a diferencia del joven que trabajó donde pudo o se sumó a las filas carlistas -o la de los milicianos nacionales-, vivió "soportando su miseria, escuálido, enlevitado, dando clases de latín en los colegios, o realizando otros trabajillos mal pagados".[28]​ Hasta principios del siglo XX no volvería a aparecer la violencia anticlerical en España.
Monasterio de Santa María de Ripoll después del ataque e incendio durante las bullangues de 1835.
José María Queipo de Llano , VII Conde de Toreno.
Palacio arzobispal de Zaragoza en la plaza de la Seo.
El arzobispo Bernardo Francés Caballero , atribuido a Luis López Piquer . Ca. 1843-1850. ( Diputación Provincial de Zaragoza ).
Basílica de la Merced de Barcelona en la actualidad.
"La patuleia" Bullanga del 5 de agosto de 1835. Museu de Historia de Barcelona.
Linchamiento del general Bassa por las calles de Barcelona
Manuel Llauder , capitán general de Cataluña cuando se produjeron las bullangas del verano de 1835.
Iglesia del monasterio de Santa María de Ripoll después de las " bullangues " del verano de 1835.