En 1886 inició sus estudios de licenciatura, colaboró con Hübner en su Corpus Inscriptionum Latinarum, y fue formado por Simonet en lengua árabe.
Aquí iniciaría un periodo en cierta forma errático hasta consolidarse profesionalmente, integrándose, en un primer momento, en el entorno social de Juan F. Riaño, gracias a las gestiones del pintor granadino Alejandro Ferrant.
El abandono de los Catálogos Monumentales no le dejó fuera del proyecto reformador emprendido en la primera década del siglo XX por los políticos próximos a la Institución Libre de Enseñanza.
Desde allí realizaría distintas excursiones que, junto a su conocimiento previo adquirido con los catálogos, acabarían conformando el corpus de datos para su tesis doctoral sobre arqueología mozárabe, campo de investigación impulsado por los propios ejes estratégicos del Centro.
Allí formó discípulos como Cabré, Carriazo, Camps, Mergelina, Navascués, Mateu, Beltrán o Camón.
Tras ella, con cerca de setenta años, todavía desarrolló una ingente actividad científica, apareciendo trabajos tan significativos como el citado sobre Las lenguas hispánicas (1942) o las Misceláneas (1949), además de otros sobre epigrafía como El plomo de Líria (1953) o La escritura bástulo-turdetana (1961).
Su actividad profesional y política durante la Segunda República no supusieron contratiempo alguno para que, tras la victoria franquista en 1939, recibiera reconocimiento a su labor científica.
Es importante valorar el apoyo de muchos de sus alumnos en otras etapas, algunos incorporados al sistema universitario, como Tovar, Mergelina, Nieto o Gallego Burín.