Un ermitaño o eremita es una persona que elige profesar una vida solitaria y ascética, sin contacto permanente con la sociedad.
Más adelante también tendría lugar, con el mismo concepto, en otros espacios naturales como las montañas sirias o las del centro de Italia.
En el cristianismo, la vida eremítica tiene por finalidad alcanzar una relación con Dios que se considera más perfecta.
En el mundo moderno suele verificarse una variante que, si bien no puede catalogarse como eremitismo propiamente dicho, mantiene algunas de sus características.
[3] Ermitaño fue el nombre dado desde el siglo III al V al cristiano que, para entregarse con toda libertad a la vida contemplativa y penitente en busca de Dios, se apartaba de los vínculos sociales usuales, para habitar en los desiertos de la Tebaida (a unos mil kilómetros del delta del Nilo) y en las comarcas vecinas.
El eremitismo, tal como se generalizó en Europa a partir de las severas reformas monásticas en los siglos XI y XII, se verificó como una alternativa a la regla vivida por los monjes en los grandes monasterios o abadías.
Ya no tenía las características del practicado en la Alta Edad Media, sino que se generó en ciertas personas (aristócratas, clérigos o monjes insatisfechos) como reacción de carácter espiritual frente a la vida de opulencias.
[5] Es así como muchos monjes volvieron a la soledad del desierto, solos o en pequeños grupos.
A los asentamientos eremíticos que se produjeron en el siglo XI corresponde la aparición de las órdenes de los cartujos y los camaldulenses, en tanto que en el siglo XIII surgen los ermitaños agustinos, identificados con las órdenes mendicantes.
A través de esa abertura la gente les hacía llegar alimento y bebida utilizando una polea.
Algunos ermitaños famosos pertenecen a órdenes religiosas, aunque solicitan permiso para llevar una vida eremítica.
Otros ermitaños son consagrados según el canon 603 (véase más adelante), como Scholastica Egan.