Desde muy joven abrazo los ideales del Partido Liberal Colombiano, así lo cuenta él mismo: Mi cariño por las ideas liberales, como en casi todos los mozos que nos formamos oyendo hablar horrores de la Regeneración, rayaba en delirio, era algo morboso.
En esas circunstancias, y siendo alumno de segundo año del Colegio nacional de Ocaña que regentaba aquel hombre eminente y ya casi olvidado que se llamó en la vida, en la política y en las altas letras, Francisco Vergara Barros, en esas circunstancias, estalló el movimiento revolucionario del 99[1] En 1899 cuando da inicio la Guerra de los Mil días[2] desea incorporarse al ejército liberal para participar en la contienda bélica, pero esa idea no llegó a realizarse, fue Secretario del juzgado promiscuo municipal, Concejal de Ocaña y diputado a la Asamblea de Norte de Santander.
Se casó con la dama ocañera Guadalupe Navarro (1915), de esta unión nacieron Daniel Enrique y María Luisa.
También tuvo hijos extra matrimoniales con la abreguense Ofelia Vergel, fueron: Margarita y Efraín.
“Una Nación, una raza, un Dios" fue el lema de la Regeneración, así se llamó al movimiento político iniciado por Rafael Núñez[3] en la segunda mitad del siglo XIX, con el cual se buscaba cambiar los parámetros establecidos en la Constitución Federal de 1863 que había creado a los Estados Unidos de Colombia.
Conservadores y liberales moderados se unieron al movimiento liderado por Rafael Núñez, todos en oposición y largas disputas con los liberales radicales que tenían el poder.
Nuñez era liberal pero se había ganado la confianza de muchos conservadores con la causa política de Regeneración, pero había dejado una serie de normas que impedía que candidatos opositores al Presidente tuvieran fácil acceso a una posible candidatura en elecciones, pero al presentarse deterioros en la salud de Núñez para 1992 el gobierno quedó a cargo del vicepresidente Miguel Antonio Caro miembro del partido conservador, sin embargo el conservatismo supo aprovechar la situación y tomando a favor las medidas ya dictadas anteriormente e imponiendo otras, lograron apoderarse completamente del gobierno, logrando reducir o sacar a los demás partidos comenzando por el liberalismo del escenario político durante los siguientes 44 años, dando inicio al periodo de la Hegemonía conservadora,[4] periodo durante el cual partidos opositores al gobierno comprendiendo la situación en su contra, iniciaron levantamientos y conflictos violentos.
En este contexto histórico, caracterizado por una deslustrada crisis nacional, creció Euquerio Amaya.
La primera década del siglo XX es considerada para la literatura colombiana una de las más fecundas.
Entre lasos intelectuales más destacados del momento estaban los del grupo de los tradicionalistas, los gramáticos Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro; los escritores Marco Fidel Suárez, Rafael Pombo, Jorge Isaacs, Clímaco Soto Borda y el poeta Candelario Obeso, entre otros.
Y por último La Gruta Simbólica, a la que pertenecía Julio Flórez, el poeta romántico ejerció una poderosa influencia estética en Adolfo Milanés.
Su clara inteligencia, su comprensión rápida, su gusto selecto, su juicio certero, lo distinguían desde el primer momento.
Su voz al principio bronca y dura se le ahogaba, se le volvía un murmullo, un bisbiseo, nada, hasta engolfarse en la lectura mental, atenta, concentrada, que suspendía de pronto exclamando: ¡Qué bien!, si encontraba algún bello pensamiento, alguna imagen inesperada o una simple frase feliz.
En 1936, el escritor pamplonés Rafael Gómez Picón, en un favorecido ensayo biográfico titulado Adolfo Milanés, que hace parte de su obra Estampillas de timbre parroquial (Editorial Renacimiento, Bogotá, 1936), escribió sobre el poeta: Por repetidas veces recorrimos el Valle de Hacarí en la grata compañía del bardo.
Luego se reunió con su mejor amigo, Alejandro Prince, el farmaceuta, dueño de la Botica de Los Pobres, y con quien más tarde sería mi abuelo paterno: Marcelino Lobo Pérez, también farmaceuta y tipógrafo.
Regresó al mediodía a su casa para celebrar con un almuerzo el cumpleaños numero doce de su otra hija, Margarita, mi futura mamá.
Después fue donde sus vecinos los Acosta Navarro, allí se mostró todo el tiempo muy nervioso y algo callado, lo cual no era muy frecuente pues siempre estaba de buen humor y era muy locuaz.
Euquerio se quedó con Ernestina, la otra empleada, con el pretexto de querer escribir algo.
La familia regresó del paseo casi a las cinco de la tarde.
Todos creyeron que el poeta dormía menos Guadalupe, su mujer, quien conocía sus hábitos y se inquietó ante tanto silencio: ¿Euquerio durmiendo a estas horas?
Inmediatamente corrió a su cuarto, cuando abrió la puerta la claridad le reveló toda la magnitud de la tragedia.
[5] Por su enfrentamiento directo con los jesuitas y su anticlericalismo de liberal consumado ya había sido considerado Milanés un apóstata, un hereje del pueblo, un meramente relapso; y su suicidio lo convirtió ipso facto en excomulgado por lo que fue sepultado fuera del cementerio, hoy su tumba está integrada al panteón.
El ingeniero y arquitecto Luís Eduardo Quintero, gran amigo de Milanés, tuvo el propósito de tomar una impresión del rostro del poeta en yeso, cuando yacía muerto, la que luego fue fundida en bronce, pero se desconoce su actual destino.
A Milanés le han dedicado elogiosas páginas Edmundo Velásquez, Luis Tablanca, Jorge Assaf, Felipe A. Molina, Gonzalo Carnevali Parilli, Jaime Barrera Parra, Luis Eduardo Páez Courvel, Jorge Pacheco Quintero, Lucio Pabón Núñez, Emmanuel Cañarete, Ciro Alfonso Lobo Serna, Rafael Gómez Picón, Emiro Quintero Jaime, Jorge Legardere, Armando Gómez Latorre, Leonardo Molina Lemus, Carlos E. Lemus, Ciro A. Osorio Quintero, Manuel Roca Castellanos, Emiro A. García Carvajalino, Victor M. Ardila, Inés Vizcaíno, Gustavo Lobo Amaya, Lucio Pabón Núñez y Jorge Meléndez Sánchez, entre otros.
Sus primeros trabajos literarios aparecieron en el periódico Espigas, pequeña hoja periodística que dirigió juntos a Edmundo Velásquez (pseudonimo de Santiago Rizo Rodríguez) y Luis Tablanca en 1904 y con quienes conformó el grupo de los Felibres.
[8] Publicó, un año antes de su muerte, el poemario Curvas y rectas – Almácigo lírico, (1930);[9] Editorial Minerva, Bogotá.
MILANÉS, Adolfo; OSORIO Q. Ciro A.; QUINTERO T., Carmen E; CARVAJALINO C. Aurelio.
Los cronistas, Biblioteca de Autores Ocañeros, Bogotá: Imprenta patríotica del Instituto Caro y Cuervo.
Los felibres, Biblioteca de Autores Ocañeros, Bogotá: Imprenta patríotica del Instituto Caro y Cuervo.
José Eusebio Caro y otras vidas: antología de escritores ocañeros.