Retablo de Santa Catalina (Monasterio de San Martín Pinario)
El retablo de Santa Catalina es una obra anónima realizada hacia 1763.En lo tocante al altar, este presenta superficies cóncavas y convexas en un despliegue de formas sinuosas resaltadas gracias al dorado sobre un fondo jaspeado en azul que aporta gran viveza a los detalles arquitectónicos alternándose con tonos rojizos.Cabe destacar que el fondo de la hornacina del cuerpo se decora con una vidriera realizada en el siglo xx por Roberto González del Blanco, autoría descubierta en 1999 durante una restauración con motivo de la exposición Santiago.[1]: 215 En definitiva, toda la obra se halla muy próxima a los cánones impuestos por el barroco italiano y la misma se encuentra a medio camino entre el tardo barroco y el rococó, diferenciándose en gran medida de la recargada ornamentación de los retablos diseñados por Casas puesto que su estructura hace gala de una marcada sobriedad y austeridad, detalle que presagia los inicios del neoclasicismo, estética que imperaría en el siglo xix.[2]: 253–254 En su factura, Gambino siguió fielmente los modelos renacentistas plasmados por Leonardo da Vinci, elaborando el rostro mediante curvas y concavidades entrelazadas del mismo modo que la imagen de la Virgen del Rosario ubicada en el coro alto del Convento de Santa María de Belvís, realizada por el escultor hacia 1761, si bien en la talla de Santa Catalina se ciñó aún más al canon establecido, por lo que la misma carece de la gracia y dulzura presentes en la imagen conventual.[4]: 115 Como complemento a la imagen de la santa, bajo sus pies se halla la figura del emperador que ordenó su martirio, quien aparece derrotado, «sin poder aducir ni un solo argumento en contra de la doctrina que la joven exponía».Pese a que esta imagen luce turbante, los expertos la identifican como Majencio o Maximino, este último reconocido como el ejecutor de la santa por de la Vorágine: La talla de Maximino simboliza aquí el paganismo que la santa venció mediante el empleo de la dialéctica, quedando las diferencias entre ambos personajes resaltadas por el tratamiento plástico: si en la mártir las líneas son suaves y redondeadas para dotar de gracia y belleza a la figura, en Maximino estas líneas son angulosas y firmes, configurando su rostro como una composición grotesca de potentes claroscuros que ayudan a potenciar su fealdad al tiempo que hacen palpable su maldad.[4]: 111–112 En lo que atañe a la otra imagen del retablo, ubicada en el único nicho del ático, esta consiste en una talla de Santo Domingo, pieza de finales del siglo xviii que al parecer no fue ejecutada para ocupar dicho emplazamiento, aunque una serie de circunstancias podrían sugerir lo opuesto.Sumado a lo anterior, la policromía de la imagen del fraile, austera y sin apenas dorados, únicamente presentes en los ribetes del manto y el escapulario, contrasta notablemente con la riqueza cromática y los estofados de la imagen titular, aunque dicha diferencia podría haber sido deliberada con el fin de que el espectador centrase su atención en la talla de Santa Catalina, un recurso poco habitual aunque no extraordinario.