Tuvo injerencia en la política papal e italiana a través de su numerosa correspondencia y apoyo activo.
Envió numerosas letras a príncipes y cardenales para promover la obediencia al papa Urbano VI y a defender lo que llamaba el «navío de la Iglesia».
Urbano VI celebró su funeral y entierro en la Basílica de Santa María sobre Minerva en Roma.
En 1999, el papa Juan Pablo II la proclamó santa (co)patrona de Europa.
Sus padres formaron una familia muy numerosa: cuando Catalina y su hermana gemela Giovanna nacieron, su madre tenía cuarenta años y ya había dado a luz veintidós hijos, de los que la mitad murieron pronto.
Giovanna fue entregada a una nodriza y falleció poco después; Catalina fue amamantada por su madre y se convirtió en una niña sana, aunque el conocimiento posterior de tal suceso le impactó psicológicamente.
[6] Al año siguiente, durante la epidemia de peste negra que asoló Europa, tuvo lugar el último parto, otra hija a la que llamaron Giovanna.
Con el objetivo de persuadirla, sus padres la obligaron a realizar fatigosas tareas domésticas, sin embargo Catalina se encerró más en sí misma, aún más convencida.
En esta primera fase de su vida, estas prácticas eran llevadas a cabo en solitario.
El historiador Rudolph Bell ha señalado, con base en sus investigaciones, que los ayunos de Catalina indican anorexia nerviosa,[8] patología que conduciría finalmente a su prematuro fallecimiento.
[12] Este mismo año murió su padre y en Siena se inició un golpe de Estado.
Más feliz en otras ciudades de Italia, afirmó en ellas su fidelidad a la Santa Sede.
En 1628 Urbano VIII la movió al día siguiente, para no superponer la fiesta con la de san Pedro de Verona, hasta que en 1969 volvió a su fecha primitiva.