Hacia 1786, don José Joaquín era miembro del Consejo Municipal y propietario de una hacienda en Quirio.
Propuso además formar la Junta Provisional Gubernativa tal y como lo señalaba el punto cinco del documento.
En una carta particular dirigida a Apodaca, Iturbide le pidió presidir la Junta Gubernativa, le expuso que no creía que Fernando VII hubiese jurado voluntariamente la Constitución de Cádiz y que si el monarca o su familia accedían a gobernar Nueva España, se podría redactar una constitución moderada.
La tensa situación obligó al Congreso a reunirse de inmediato en una sesión extraordinaria.
Se pidió a la Regencia la tranquilidad pública para poder deliberar un asunto tan delicado, pero Iturbide no actuó hasta que los diputados solicitaron su presencia en el salón del Congreso.
El diputado Valentín Gómez Farías, apoyado por 46 diputados del Congreso, señaló que una vez rotos los Tratados de Córdoba y el Plan de Iguala —ya que no habían sido aceptados en España— correspondía a los diputados emitir su voto para que Iturbide fuese declarado emperador.
Se determinó que el hijo primogénito del emperador, al igual que los hermanos, recibiría tratamiento de príncipe y alteza imperial, su padre Joaquín sería el príncipe de la Unión y su hermana María Nicolasa la princesa de Iturbide.
También se crearía la moneda oficial del imperio y un Consejo provisional de Estado.
Tropas de caballería e infantería hicieron valla al futuro emperador y a su séquito.
Era preciso reunir la opinión a un centro, era preciso dejar a salvo la voluntad general cuando pudiese libremente pronunciarse; espinosa y difícil empresa conciliar en aquel tiempo extremos tan opuestos.
Llamé, no vi otro medio, a reinar en México á la dinastía de la segunda rama de Hugo (tapeto, con tal de que su advenimiento al trono fuese precedido de la Constitución de la Monarquía; así, los Padres de la Patria remediarían los inconvenientes que trae consigo poner el Cetro en manos acostumbradas a manejarlo a su placer sin más ley que su antojo, y la corona en quien tal vez no profesa á los americanos todo el amor que un Príncipe debe a sus pueblos: si la Constitución no evitaba estos males, me quedaba al menos el consuelo, aunque triste, de que no era obra mía.
Trabajé, pues, en todos sentidos y con previsión para levantar a la Patria del abatimiento en que vacía y para arrancarla del punto del peligro: el orden de los sucesos la fué atrayendo después a otro abismo no menos fatal que el en que se viera cuando resucitó en Iguala, y estos mismos sucesos exigían de mí nuevos esfuerzos, nuevos sacrificios: acaba de exigirme el mayor; yo cedo a la necesidad y miro mi destino como su bien, porque él lo proporciona a mis conciudadanos; como una desgracia, porque me arrebata de mi centro colocándome en un estado fuera de mi naturaleza.
Si, Pueblos: he admitido la Suprema Dignidad a que me elevan, después de haberla rehusado por tres veces, porque creo seros así más útil; de otro modo preferiría morir a ocupar el trono.
La experiencia me enseñó que 110 bastan a dulcificar las amarguras del mando las pocas y efímeras satisfacciones que produce: de una vez, Mexicanos, la dignidad Imperial no significa para mí más que estar ligado con cadenas de oro, abrumado de obligaciones inmensas: eso que llaman brillo, engrandecimiento y majestad, son juguetes de la vanidad.
¡Generales, Jefes, Oficiales y Tropa del Ejército Trigarante: ustedes fueron testigos de mis votos; ellos les dieron el nombre honroso que haben sabido conservar!
El peso que haben puesto sobre mis hombros no puede soportarlo un hombre solo, sean cuales fueren sus fuerzas, menos yo que las tengo muy débiles; pero cuento con las luces dedos sabios, con los deseos de los buenos, con la docilidad del Pueblo, con la fortuna de los opulentos, con los robustos brazos del Ejército Libertador, y con las preces de los Ministros del Santuario.
Padres de la Patria: la Constitución y las Leyes son los fundamentos de la sociedad; una y otras son obras de su sabiduría; también lo es ayudarme a conducir a nuestros súbditos a la felicidad; ellos les harían el más grave cargo si me abandonan.
En 1865 el emperador Maximiliano se puso en contacto con la familia Iturbide para tomar bajo tutela y curatela a los dos nietos del emperador Agustín de Iturbide, sin embargo Maximiliano nunca los adoptó ni los declaró herederos.