El «antijudaísmo sin judíos» continúa en los siglos siguientes hasta que, a finales del siglo XIX, llega a España el antisemitismo propiamente dicho, que alcanza su cénit durante la Segunda República Española y los primeros años de la dictadura franquista.
Este fue el fundamento principal de la brutal política antijudía del rey Egica (610-702), dispuesto a acabar con esta «peligrosa» minoría.
Además tenían prohibido pertenecer al ejército y detentar cargos públicos que les confirieran autoridad sobre los creyentes, aunque sí podían ejercer algunas funciones administrativas.
Los judíos profanadores fueron condenados a muerte y el obispo convirtió la sinagoga de Segovia en un templo católico dedicado al Corpus Cristi.
[53] El dominico catalán Raimundo Martí en su famosa obra antijudía Pugio fidei... atribuía esta conducta a la intervención del diablo que les habría enseñado a los judíos ―sus discípulos predilectos, según Martini― que en la hostia consagrada estaba presente el cuerpo de Cristo.
[62] La comunidad hebrea «salió de la crisis no sólo físicamente disminuida, sino moral e intelectualmente destrozada».
[69] Según Joseph Pérez, Fernando e Isabel «estaban convencidos de que la Inquisición obligaría a los conversos a integrarse definitivamente: el día en que todos los nuevos cristianos renunciaran al judaísmo, nada les distinguiría ya de los otros miembros del cuerpo social».
[82][83] Los historiadores han debatido extensamente sobre si, además de los motivos expuestos por los Reyes Católicos en el decreto, hubo otros.
[86] Como ha destacado Joseph Pérez, «en 1492 termina, pues, la historia del judaísmo español, que sólo llevará en adelante una existencia subterránea, siempre amenazada por el aparato inquisitorial y la suspicacia de una opinión pública que veía en judíos, judaizantes e incluso conversos sinceros a unos enemigos naturales del catolicismo y de la idiosincrasia española, tal como la entendieron e impusieron algunos responsables eclesiásticos e intelectuales, en una actitud que rayaba en el racismo».
Parecía como si la religión verdadera debiera ser protegida excluyendo a los conversos de todos los cargos importantes».
Los nuevos cristianos, mediante el recurso a la falsificación, intentaban borrar las huellas del pasado de sus ancestros».
[96] Según Max Sebastián Hering Torres, «por primera vez en la historia europea se utilizan los criterios "raza" y "sangre" como estrategia de marginación.
Joseph Pérez cita la copla recogida por Julio Caro Baroja que se cantaba a finales del siglo XVIII contra el ilustrado Pablo de Olavide, condenado por la Inquisición, en la que se le motejaba ser al mismo tiempo «luterano», «francmasón», «ateísta», «gentil», «calvinista», «arriano», «maquiavelo»… y «judío».
[132] En los boletines carlistas se decía que Mendizábal había desamortizado los bienes del clero para «saciar la codicia de los especuladores hebreos».
Además consideraba que la libertad de cultos era prematura porque romper la unidad religiosa en torno al catolicismo provocaría «una gran perturbación social».
Casi al mismo tiempo Francisco Javier García Rodrigo publicaba una nueva apología del Santo Oficio con el título Historia verdadera de la Inquisición, una obra mucho más antijudía que la de Ortí y Lara que apenas había aludido a los judíos.
Esta diferenciación fue esencial «porque desde entonces se distinguirá en España entre los sefardíes y los demás judíos, llegándose a dar incluso la figura del filosefardí antisemita».
Uno de los eslóganes dice: «No os fiéis del comerciante o industrial que niegue su adhesión a la liga antimasónica y antisemita».
El propio rey Alfonso XIII, destacado filosefardí, asumió estas interpretaciones antisemitas de lo que estaba pasando en Europa.
La prensa católica continuó divulgando los tópicos antijudíos, incluido El Debate que hasta entonces no se había mostrado especialmente antisemita, sobre todo en sus artículos referidos a la «formidable campaña contra los judíos» de los socialcristianos austríacos.
La CEDA a partir de entonces hizo un uso frecuente del discurso antisemita tanto en sus manifiestos y proclamas, como en los carteles electorales.
SEPU, la gran empresa judía, sigue explotando repugnantemente a sus empleados y hundiendo cada día más al pequeño comercio».
[181] En cuanto a las acciones concretas contra los judíos se puede afirmar que durante la guerra civil los militares sublevados no los persiguieron sistemáticamente, aunque hubo algún caso.
[185] Tras la derrota de las potencias del Eje en la Segunda Guerra Mundial el régimen franquista se ve aislado internacionalmente.
[194] En este proceso de reconciliación destaca también la ley aprobada por las Cortes en 1978, tras vencer la resistencia inicial por parte del partido mayoritario UCD, por el que se concedía la nacionalidad española a todos los judíos sefardíes con sólo dos años de residencia, equiparándolos así a iberoamericanos, andorranos, filipinos, ecuatoguineanos y portugueses que tenían el mismo derecho.
[196] Sus principales valedores fueron (y son) los grupos de ultraderecha neofranquistas, neofascistas y neonazis que durante la transición española intentaron impedir el proceso de reforma política hacia la democracia recurriendo a la misma estrategia desestabilizadora que ya utilizó la derecha antirrepublicana en los años treinta, aunque esta vez con muy poco éxito ―en las primeras elecciones democráticas celebradas en junio de 1977 no consiguieron ningún respaldo popular y quedaron fuera del nuevo parlamento―.
Llevan dos mil años intrigando para «recuperar Israel» y son ellos los que han judaizado la Europa moderna a través del racionalismo, una de cuyas secuelas es la «fe en el progreso» ―«Guste o no guste, el siglo XX está empapado de judaísmo.
Y, según Sánchez Dragó, para alcanzar ese objetivo no sólo provocaron la Segunda Guerra Mundial sino que organizaron con los nazis el Holocausto de«cinco millones de hermanitos acogotados» ―«No les tembló el pulso y hoy tienen todo lo que buscaban… Los rabinos se sentaron a la mesa y movieron, con hilos largos, sus soldaditos de plomo: Hitler, Churchill, la Gestapo, las divisiones acorazadas, el Ejército Rojo…»―.
Según Álvarez Chillida, «La Cierva no dice explícitamente que la conspiración sea judía, pero todas las instituciones del poder oculto están llenas de judíos».
Según Álvarez Chillida, «el rechazo, en proporciones no desdeñables según las encuestas, a unos judíos que, como he dicho, casi nadie conoce ni de vista, sólo se puede explicar por la pervivencia subterránea de la vieja identidad castiza española» que se ha fraguado desde tiempos medievales en oposición al «judío» y al «moro».