[5] Una novedad del conjunto fue la incorporación de la guitarra eléctrica, a la que se le dio un papel contrapuntistico.
[6] Si bien el Octeto no tuvo el éxito deseado por Piazzolla, el álbum ha sido citado como una de sus mejores creaciones, con una calidad interpretativa y técnica que pocas veces volvería a realizar.
[4] Allí empleó todos los conocimientos que había adquirido años antes con Alberto Ginastera, y los nuevos con Nadia Boulanger.
Piazzolla durante su estadía en París conoció a Charles Delaunay, un escritor experto en jazz, creador de la palabra discografía, y fundador del sello Vogue.
Existió un cierto «endiosamiento» por parte del autor a la dificultad que se repetiría en las notas escritas para el álbum del Octeto, como cuando describe el trabajo de los bandoneones y dice: «Casi siempre están realizando acordes de cuatro, cinco y hasta seis notas cada uno («El Marne»).
También variaciones sobre los temas en quintillos, seisillos y hasta sietesillos de fusas hoy en desuso por si dificultad técnica (Anone)».
«Realizar el difícil equilibrio sonoro del Octeto llevó dos años y aún queda mucho por descubrir —explicaba—.
Un rasgo saliente por otra parte es el motivo francés que en la versión para octeto, abre la pieza con tres entradas sucesivas a cargo de Francini, Baralis y Bragato, separadas entre sí por acordes de todo el grupo.
Allí el tema lírico, tanguero que en el arreglo del Octeto era apenas el pretexto armónico para las improvisaciones de la guitarra eléctrica, ocupa el primer y no el segundo lugar, y el motivo francés aparece fugazmente como su conclusión, funcionando como puente hacia el tema rítmico.
Allí por otra parte, hay un contracanto claramente acentuado en cuatro tiempos, que disimula (o pone en un marco más digerible para el gran público) el ritmo aditivo de la voz principal.