Farsa

La farsa (del latín farcire, “rellenar”) es una forma dramática en la que los personajes se desenvuelven de manera caricaturesca o en situaciones fantásticas.

Tanto el carácter como la anécdota y el lenguaje fársicos aglutinan una gran cantidad de datos que serán captados, en un primer nivel, por el subconsciente para después ser traducidos y desglosados por la conciencia; hasta quedar transformados en una visión de conjunto que le denuncia la realidad.

Esta misma densidad del discurso fársico hace que la farsa sea especialmente eficiente en las obras breves, aunque puede darse en cualquier extensión de tiempo y espacio dramático.

Al verse ampliado el significado (de la acción, lenguaje o situación), o al verse relacionado con otros significados, el espectador se somete a un discurso denso, en donde la extravagancia reviste una serie de implicaciones que desnudan la realidad.

La desnudez en la farsa es sacar a relucir lo que es cuestionado; implica la crítica, la burla, el descaro, la denuncia, las miserias humanas.

Las farsas megarenses pronto adquirieron notoriedad y fueron introducidas a Atenas por Susarión en el año 570 a. c., con lo que quedó sentado el primer antecedente de la posterior Comedia Antigua en Ática.

Su principal exponente fue Aristófanes, que dotó a la comicidad de un lenguaje menos procaz y más poético.

Como la Commedia dell’arte, la fábula atelana se basaba en un repertorio fijo de personajes tipo que simbolizaban los aspectos humanos.

[3]​ Con el surgimiento del cristianismo, toda forma de espectáculo que se dio en la época grecolatina fue suprimida por la Iglesia.

Entre los géneros que guardaron el tono fársico se encuentran, entre otros, los carnavales, los festum follorum y los sotie.

[3]​ Se llamó sotie a una festividad especial que floreció en Francia durante el reinado de Carlos VI, el Loco.

[3]​ La Commedia dell’arte apareció en Italia y Hartnoll les considera farsas atelanas “elevadas a una potencia superior”.

Al igual que en la fábula atelana, se contaba con un repertorio de personajes fijos, pero más amplio.

Su compatriota Jean Racine, conocido como insigne trágico, escribió Los picapleitos, farsa notable en la que tomó como modelo Las avispas de Aristófanes.

[3]​ Durante las primeras décadas del siglo XX se sucedieron cambios políticos y culturales muy importantes.

[3]​ Mientras tanto, seguían escribiéndose farsas muy exitosas para los teatros de toda Europa por autores como Ben Travers en Inglaterra, Karl Sternheim en Alemania y Enrique Jardiel Poncela en España.

Fue así, absurdo, como Martin Esslin, crítico y teórico teatral, clasificó en 1962 a los dramaturgos que escribieron en reacción contra los conceptos tradicionales del teatro occidental.

Estos autores son Samuel Beckett, Eugene Ionesco, Jean Genet y Fernando Arrabal, entre otros.