Su gran éxito lo llevó tan pronto como en 1912 a ser el actor cinematográfico mejor pagado de Francia.
Ya incluso por esos tiempos ensayó la dirección de algunas películas, actividad en la que también se mostró igualmente diestro.
El rumor de su muerte en las trincheras había provocado en su público, en tanto, una verdadera histeria.
Víctima de frecuentes estados depresivos, que lo llevaron al consumo de drogas, hizo un pacto suicida con su esposa, la joven Jean Peters, con la que se había casado en 1923.
La película, narrada por el famoso director francés René Clair, significó el principio de una justa revalorización que puso a Max Linder entre los grandes nombres del cine mudo.