[1] Esta fue la razón que llevó al médico Edward Kingman, de Newton, Connecticut, a Ecuador.
Igualmente el escultor Luis Mideros influía sobre el gusto semiclásico reinante, y sus alumnos se rebelaban contra esas formas alejadas de la realidad y hasta domesticadoras, sin que por ello renunciaran al arte del maestro.
En la casa, de una antigua panadería se instala-ron, conservando su bello estilo rústico, nueve salas que exhiben obras del maestro, realizadas en varias técnicas y temáticas.
Años tan críticos y convulsionados no fueron nada fáciles para la familia Kingman que se alojaron junto a una pequeña pero influyente colonia de lojanos radicados en Guayaquil.
Kingman no cedió en su deseo de ser artista y eventualmente conseguiría trabajo como caricaturista del diario El Universo donde ganaba 90 sucres mensuales.
Durante este periodo, Eduardo Kingman comienza su gran carrera como pintor.
En 1933 Kingman realiza su primera exposición, en la galería Alere Flamman, en la última muestra del año, junto con Antonio Bellolio.
Llamó tanto la atención ver a tanta gente como estaban atentas, observando si en las pinturas comenzaba a darse la innovación que se daba en la literatura, que surge la idea de enviar las pinturas a Quito en busca del prestigio que suponían los premios de la sala Mariano Aguilera.
Pedro Jorge Vera escribiría Hay que mirar “Un Obrero Muerto” para darse cuenta de cómo incita Kingman al motín, mientras que otra escrito refería a “Los Balseros” como a Un himno lleno de protestas.
Y es natural que a un aristócrata le parezcan desproporcionados esos brazos enormes de trabajador.
Hace falta vivir en el infierno del trabajo material para saber interpretar con toda su fuerza la expresión artística de los brazos del trabajador, esos brazos enormes que se levantan airosos para maldecir a Dios, que se extienden para estrangular al enemigo que envenena la vida de miserias o que descienden hacia la tierra para amasarla entre las manos, haciéndola más fecunda con el sudor de los rostros angustiados.
Razonaban así su decisión:...reputamos, por voto unánime, que el primer premio debe adjudicarse al cuadro “Carbonero” de Eduardo Kingman, cuya novísima inspiración social se asocia a la exelencia de una técnica que ha tratado la figura humana, trasladándola de la realidad al lienzo, con una pujante fuerza y una plasticidad viviente.
Kingman participó ilustrando la mayor parte de las creaciones líricas, cuyos contenidos se inscribieron en pensamientos revolucionarios, antifascistas y socialistas.
La dictadura de Páez caería en 1937 y nuevamente se abrirían las posibilidades para los intelectuales progresistas.
En esa dirección de un arte que buscaba desmitificar falsos valores y denunciar la injusticia de una sociedad construida por la clase dominante en su exclusivo provecho, trabajaban, de manera unánime en Quito: Kingman, Diógenes Paredes, Leonardo Tejada, Luis Moscoso, Germania de Breilh, José Enrique Guerrero, Jaime Andrade, Piedad Paredes, Bolivar Mena Franco, Gerardo Astudillo y César Andrade Faini, y en Guayaquil Galo Galecio, Segundo Espinel y Alfredo Palacio Moreno.
[6] Con estas influencias, maneras, calidades y algunas de sus obras, Kingman salta al exterior.
Entre los veintidós grandes óleos expuestos se encontraban obras insignes como Regreso y Los Guandos).
No faltaron observadores a los que la expresión del ecuatoriano resultaba insólita y perturbadora.
Más allá de rápidos contactos con el arte contemporáneo del Perú, la visita a todo lo que fue el Tahuantinsuyo y a su otro centro sagrado, dio al artista la dimensión justa de la antigua grandeza de los seres a los que el retrataba en su miserable y casi ruin condición actual.
Faltos de la compleja grandeza que lograrían sus lienzos, estos lucían algún sentido muralístico.
En ellas se reflejan algunos detalles propios del estilo de Kingman como la mujer que hace cerámica en La industria o la mujer chola que escucha al cantor en El turismo de la costa.
Todos estos grabados que recorrían el mundo le abrieron las puertas para participar en una colectiva de arte novísimo de América Latina junto a Rivera, Cândido Portinari y otras figuras.
Presenta la xilografía El indio y la tierra que mueve al crítico Alfred Frankenstein a escribir: Kingman es un artista que claramente ha pasado mucho tiempo en el fructífero y efectivo estudio del estilo expresionista alemán.
La Segunda Guerra Mundial, la derrota del ejército ecuatoriano contra el Perú en 1941 y el retorno al poder del líder carismático del pueblo Velasco Ibarra, fueron grandes influencias para los ecuatorianos, a la vez que se inauguraba la Casa de la Cultura.A Kingman la fundación de la Casa de la Cultura lo encuentra como un pintor ya consagrado y realizado.
Y, como el óleo no sufre tales intrusiones, Kingman decide pintar al acrílico.
En 1963 se presenta en México y luego en 1966 abre una muestra en el Museo de Arte Colonial.
Decía en él Darío Suro que: "no se puede concebir el universo de Kingman sin manos", y reparaba en que obras y dibujos de esta época enfatizaban las manos.
Poco tiempo después deja su casa en Quito y se traslada al Valle de Los Chillos.
El rezago que presentaba la sociedad cultural quiteña de la época, retira de la vida pública a Kingman, quien solo desea descansar, pensar, leer, charlar con buenos amigos y , por supuesto, pintar.
Cerca del final de su carrera, Kingman fue honrado con una exposición con su arte en las Naciones Unidas, Nueva York.