Sinfonía n.º 12 (Haydn)

Según Michael Morrison, quizá sea Haydn de todos los compositores el que más provecho extrajo del lenguaje musical sencillo sin repetirse ni hacerse tedioso.

Sólo Mozart o Schubert pudieron llegar a ser las vastas y profundas fuentes de belleza musical que fue Haydn.

En cuanto a la participación del clavecín como bajo continuo en las sinfonías de Haydn existen diversas opiniones entre los estudiosos: James Webster se sitúa en contra;[7]​ Hartmut Haenchen a favor;[8]​ Jamie James en su artículo para The New York Times presenta diferentes posiciones por parte de Roy Goodman, Christopher Hogwood, H. C. Robbins Landon y James Webster.

No obstante, existen grabaciones con clavecín en el bajo continuo realizadas por: Trevor Pinnock (Sturm und Drang Symphonies, Archiv, 1989-1990); Nikolaus Harnoncourt (n.º 6–8, Das Alte Werk, 1990); Sigiswald Kuijken (incluidas las Sinfonías de París y Londres; Virgin, 1988-1995); Roy Goodman (Ej.

[10]​ El primer movimiento, Allegro, está escrito en la tonalidad de mi mayor, en compás alla breve y sigue la forma sonata con coda.

Se inicia con la simplicidad típica de Haydn, que presenta una atractiva melodía sobre un contrapunto eficaz.

[4]​ El primer tema es suave y conciliador para las cuerdas en su mayor parte, al unísono.

[11]​ Su carácter es sombrío, casi vacilante y parecida a un canto fúnebre, aunque los acordes al unísono lo interrumpen continuamente.

Aunque empieza con un motivo "siciliano" convencional, pronto entra en un extraño mundo "operístico" de arrebatos en forte al unísono, disonancias, cromatismos, cadencias rotas y giros sorprendentes.

Haydn hacia 1770.
Nicolás Esterházy en 1762.