Era una antigua tradición incaica el consolidar sus conquistas territoriales con matrimonios poligámicos del Inca con una o varias princesas de los pueblos derrotados.
Huayna-Cápac pudo comprobar por sí mismo los beneficios que tales matrimonios producían; aquella habría sido la razón para casarse tanto en Puruhá, cuanto en Quito, engendrando así a los hermanos Rumiñahui y Atahualpa.
Fue el rostro de piedra para los incas quiteños: introvertido, severo, fuerte, ágil y autoritario.
Para algunos se debió a un velo que nublaba su vista, el resultado de una herida en batalla o una catarata.
Para otros, sin embargo, sería por sus ojos, los que infundían dureza y un implacable carácter.
Rumiñahui hábilmente utilizó a su favor el terreno, tomó una posición ventajosa y los rodeó.
Además, sus guerreros ya se habían acostumbrado a luchar contra arcabuces, cañones y caballería.
Cuando Rumiñahui ya saboreaba la victoria, de pronto sucedió algo inesperado: explotó el volcán Tungurahua.
Ese momento se vuelve fatídico para él, porque sus indígenas guerreros creían que era un castigo divino de su dios.
Después se produjeron escaramuzas entren ambos bandos, pero Rumiñahui ya no logró expulsar a los españoles y finalmente cayó preso de estos.
Al inicio de las hostilidades estuvo presente en los enfrentamientos más importantes junto a Quizquiz y Chalcuchímac, pero, cuando el área de operaciones se desplazó hacia la capital inca, estuvo destinado a salvaguardar la retaguardia.
En primer lugar, la férrea disciplina inca que no permitía tomar iniciativas personales sin las órdenes adecuadas y es evidente que Rumiñahui había sido dejado fuera de la ciudad, por precaución y en espera de provisiones.
A pesar de ello, las primeras batallas fueron muy encarnizadas y los españoles pagaron caro su avance.
Teocajas, Ambato, Pancallo y Latacunga fueron escenarios de feroces batallas que vieron a las fuerzas quiteñas pelear valientemente sin perder terreno.
Los españoles por vez primera saboreaban lo amargo de la derrota, el cerco indígena se estrechaba ya al terminar el día y los españoles, ya vencidos, se arrodillaron pidiendo la protección de su apóstol Santiago.
Por lo menos nos quedará este contento de haber hecho nuestro deber como honrados y valientes."
Finalmente, exasperados por estas búsquedas infructuosas, recurrieron a sus prisioneros para extraer la información que deseaban.