Cada pueblo, ciudad-estado o individuo recorre ciclos de desarrollo, grandeza y declive, siguiendo en su versión mítica un destino que se le impone y en su versión filosófico-racionalista una necesidad que está inscrita en su propio origen o naturaleza.
Así por ejemplo, el destino subordinado del esclavo o de la mujer está determinado por su naturaleza.
Pero además hay una idea muy importante de la perfección del ser humano como especie que, sin embargo, no todos los pueblos pueden alcanzar “por su naturaleza”.
En la misma Aristóteles presenta la idea de una physis o naturaleza de las cosas, es decir, una esencia que se despliega y que en sí contiene tanto la necesidad como las leyes básicas del desarrollo.
De esta manera se alcanza la entelequia o finalidad (y fin) del desarrollo.
Lo mismo hace comprensible y permite elaborar un conocimiento exacto de las “leyes del desarrollo”.
El desarrollo tiene un límite, que al ser alcanzado y superado da paso al momento de “crisis” o reversión del desarrollo que implica, a su vez, el recomenzar del ciclo de la vida.
Es ello lo que vincula la historia humana con la divinidad, dándole sentido y finalidad, a la vez que dota a la vida humana, por medio del pueblo de Israel, de un sentido moral directamente dado por su alianza con Jehová.
Con Moisés se cierra este ciclo y el monoteísmo judío aparece con toda su fuerza.
La línea puede así reemplazar al círculo y la progresión o progreso a la repetición.
El judeocristianismo original no podía transformarse en cristianismo sin dejar de ser una religión judía para pasar a pensarse como una religión universal, frente a la cual, para decirlo con San Pablo, no hay judíos ni gentiles.
Se trata de una dualidad que se basa en una división profunda, y profundamente antimoderna, del género o “linaje humano” en dos especies con destinos muy diversos: “el pueblo de Dios”, es decir los elegidos por la gracia divina, y el resto.
Frente a ello surge la idea del hombre sin límites en su progreso y creador de su historia.
El hombre acumula porque recuerda y por ello mismo avanza, la naturaleza no hace sino repetirse.
Este es un paso trascendental hacia las formulaciones posteriores del desarrollo y el progreso como acumulación ilimitada de potencias productivas o económicas.
El viejo orden fue no solo derrocado sino llevado literalmente al patíbulo.
La décima etapa, donde la razón se realizaría plenamente, estaba ya a las puertas de la Europa conmovida por la misma revolución que ahora lo perseguía.
El país ni siquiera existía como un Estado unificado y estaba por ello marginado de la carrera colonialista emprendida por otras potencias europeas.
Son muchos los intelectuales descollantes que Alemania produce en los cien años que van de la mitad del siglo XVIII a la mitad del XIX, pero son tres de ellos, Kant, Hegel y Marx, los más relevantes.
Estas posibilidades existen en forma latente desde un comienzo y no hacen sino manifestarse o realizarse en el curso de la historia.
Con su gran visión histórica y su anuncio de una culminación inminente del progreso humano con el paso a la sociedad comunista se cierra un largo ciclo intelectual.
[18] El filósofo, sociólogo y biólogo inglés Herbert Spencer (1820-1903) le había dado a las ideas gemelas de progreso y desarrollo su expresión más acabada en obras que tendrían una enorme influencia durante la segunda mitad del siglo XIX.
El progreso parecía generar, tal como Rousseau lo había planteado, seres materialmente ricos y técnicamente poderosos pero moralmente deleznables.
La “sociedad tradicional”, con sus fuertes lazos económicos, sociales y mentales, estaba dando paso a una multitudinaria sociedad urbana formada por entes que no estaban cohesionados por una historia, identidad, pertenencia, solidaridad y creencias compartidas.
La primera forma de asociación, la comunidad, está articulada por una voluntad natural o esencial (“Wesenwille”), espontáneamente anclada en el parentesco y la cercanía, es decir, lazos y solidaridades sociales que no son utilitaristas sino “innatos”.
La segunda forma de asociación, la sociedad, está fundada en una voluntad instrumental (“Kürwille”), cuya base no es otra que la utilidad mutua que permite (y de faltar, destruye) el intercambio y la convivencia entre extraños.
Esta visión del carácter contradictorio del progreso, en que todo avance o solución puede dar origen a retrocesos y nuevos problemas, es profundamente ajena a la idea de progreso tal como aquí la hemos estudiado.
Los costos y la sostenibilidad del progreso y el desarrollo son hoy los temas centrales de un mundo globalizado en el cual se están viviendo, con suma intensidad, las tensiones desgarradoras que Europa vivió, hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, con la irrupción de la modernidad a escala de toda la región.
El surgimiento del movimiento obrero organizado desde mediados del siglo XIX produce un cambio en la ubicación política que convierte a las izquierdas en derechas y a los revolucionarios (la burguesía ahora en el poder social y político) en conservadores.
El lema que figura en la bandera de Brasil Ordem e Progresso, que en toda América Latina se aplicó a las llamadas dictaduras de orden y progreso, simboliza perfectamente el vaciamiento semántico del concepto.