Porfirogéneta
No todos los príncipes imperiales recibieron esta distinción, y fue únicamente dado a quien reunía unas condiciones particulares.[5] El término se hizo común en el siglo X, particularmente en relación con el emperador Constantino VII Porfirogéneta, y su uso continuó en la dinastía de los Paleólogos.[8] La otra condición importante para obtener la designación de Porfirogéneta era el estado paterno del Basileos (βασιλεύς), que debía estar casado con una emperatriz consagrada como Augusta.[10] En las misiones diplomáticas conceder la mano de una princesa porfirogéneta era el honor máximo al que podía aspirar un rey extranjero: tanto es así que el emperador Juan I Tzimisces nunca concedió al emperador germánico Otón II la mano de una porfirogéneta, porque entonces hubiera comparado el imperio bizantino con el germánico.[11] Más tarde, en el año 971, sí le concedió la mano de su sobrina la princesa Teófano Skleraina.[14] En este sentido, la prominencia de los padres predetermina el rol del niño en la vida.