Fue arruinado durante los sitios que la capital aragonesa sufrió en la Guerra de la Independencia.
Destacaba por el esplendor artístico de estilo Reyes Católicos y renacentista.
San Braulio, hijo de Zaragoza, hermano y sucesor del primero en la silla episcopal lo ensanchó y protegió de tal suerte que los historiadores lo quieren hacer pasar por su fundador.
Las catacumbas volvieron a su antiguo destino durante la nueva persecución.
Esta especie de retablo de riquísima escultura y talla, pues tal la constituye su forma (por lo que se refiere, que cuando Felipe IV fue a visitar esta iglesia, se paró admirado diciendo, que se habían dejado el altar mayor a la puerta) no destaca ya sobre el gótico frontispicio indicado por Ponz, sino que se ve como incrustado en un lienzo de ladrillo donde únicamente sobresale un pobre campanario moderno.