Como en toda Europa, los antiguos epitafios latinos fueron muy imitados en España durante el Renacimiento.
El más antiguo que ha sido encontrado pertenece a una mujer romana llamada Stelista, estaba escrito en latín y esta fechado en el año 74 d. C.[4] En el mundo clásico era común poner el nombre de los difuntos allí enterrados, lugar de origen y alguna característica.
Los epitafios nazaríes estaban dedicados a la familia gobernante o personas de gran importancia en la política.
Sin embargo, hay un enterramiento animal especial en Berenice, una ciudad portuaria en la costa del mar Rojo fundada en tiempos de Ptolomeo II (285-246 a. C.).
Las excavaciones las llevan a cabo actualmente el Polish Centre for Mediterranean Archaeology, Warsaw University, y han demostrado que muchos de los enterramientos no tienen ajuar.
[5] Por otro lado, en la zona occidental del Imperio, esta práctica se realizaría, pero de un modo peculiar en algunos casos.
Se sabe por algunas tumbas y epitafios, que los animales eran muy comunes como mascotas dentro del mundo romano.
Se trata de una lápida de mármol blanco del siglo II d. C. dedicada a su perro Patrice, pero, a pesar de estar incompleta, se conoce el texto: Portavi lacrimis madidus te nostra catella quod feci lustris laetior ante tribus ergo mihi, Patrice, iam non dabis osculla mille nec poteris collo grata cubare meo tristis marmorea posui te sede merentem et iunxi semper manib(us) ipse meis morib(us) argutis hominem simulare paratam perdidimus quales, hei mihi, delicias tu dulcis, Patrice, nostras attingere mensas consueras, gremio poscere blanda cibos lambere tu calicem lingua rapiente solebas quem tibi saepe meae sustinuere manus accipere et lassum cauda gaudente frequenter Te he portado en mis brazos con lágrimas, nuestro pequeño perro, estaba más feliz que hace tres años cuando hice esto.
Estaba dedicado a su perra Myia (“mosquito” en griego): Quam dulcis fuit ista quam benigna quae cum viveret in sinu iacebat somni conscia semper et cubilis o factum male Myia quod peristi latrares modo si quis adcubaret rivalis dominae licentiosa o factum male Myia quod peristi altum iam tenet insciam sepulcrum nec sevire potes nec insilire nec blandis mihi morsib(us) renides Que dulce era, que amable que, cuando estaba viva, yacía en mi regazo siempre consciente del sueño y en la cama ¡Oh Myia, fue algo malo que pereciste!
Realizada en mármol, data del siglo II d. C., y estaba dedicada a su perra Aeolis: Aeolidis tumulum festivae cerne catellae quam dolui inmodice raptam mihi praepete fato He aquí la tumba de Aeolis, la pequeña perra alegre, cuya pérdida por un destino fugaz me dolió más allá de toda medida.
Aun así, tener un epitafio era un signo de prestigio social y no toda la población podía permitírselo.
Pero hay quién personaliza más sus epitafios, a decisión propia del difunto o elegido por los herederos.
Por ejemplo, vemos como, desde un principio, los epitafios destacan las cualidades y logros del difunto.
Los primeros suelen tener epitafios adornados y con dedicatoria en enterramientos individuales o familiares en mausoleos.
Obtenido de Real Academia Española: https://dle.rae.es/epitafio Epitafio: qué es, cuanto cuesta y cómo se realiza.