Un sepulcro es una obra, generalmente de piedra, que se construye levantada del suelo, destinada a dar en ella sepultura al cadáver de una o varias personas.
[1] Desde la paz de Constantino I el Grande, se hicieron comunes los cementerios al aire libre, cercados con muros a las afueras de las poblaciones y junto a una iglesia o basílica.
Los más suntuosos se colocaban exentos sobre un pedestal, o adheridos al muro exterior de la iglesia y se disponían en forma de caja o pila rectangular de mármol, hermosamente esculpida en su cara frontal exterior, y algunas veces también en las laterales, con símbolos cristianos y temas bíblicos, costumbre que ya se había introducido en las catacumbas, por lo menos desde el siglo III, aunque fuese raras veces seguida hasta que brilló la paz constantiniana.
Desde fines del siglo V cesó en Roma la costumbre de esculpir figuras en los sepulcros, limitándose la ornamentación a símbolos cristianos y dibujos diferentes.
Algunos de dichos sepulcros estaban interiormente divididos en compartimientos para contener dos o más difuntos, llamándose entonces bisomos o trisomos, etc, como consta por inscripiones y, a veces, lo revelan las figuras o retratos de los personajes allí depositados, esculpidas en relieve sobre una cara del sepulcro.