Epigrama

Los epigramas helenísticos constituyen un verdadero crisol de aquellas sociedades, vemos desfilar a heteras, navegantes, carpinteros, tejedoras con su vida simple y ardua, también al amor heterosexual y lésbico, las fiestas, la religiosidad, el cortejo, la sexualidad, la inocencia, las artes plásticas, la crítica literaria, hasta las mascotas; todo esto, pasado por el filtro de erudición y cultura (pues portadores de tales eran los poetas).

En resumen, producen testimonios diversos, bellos y muy vívidos de las principales preocupaciones del hombre helenístico.

Pero este final fue solicitándose cada vez más hasta que caracteriza ya al género en tiempos del hispanorromano Marcial.

Esta extrema elaboración formal llegó incluso en época tardía a la isopsefía, con la que se calculaba, incluso, el número de las letras.

En la literatura barroca española el epigrama fue muy utilizado al ser una forma apropiada para la exhibición cortesana del ingenio.

También el jesuita Joseph Morell en Poesías selectas de varios autores latinos (Tarragona, 1684) hizo una excelente antología.

Empero, aunque hay una tendencia generalizante del epigrama como poema breve que se escribe en dísticos elegiacos, no se dejó nunca de escribir en otros metros, ya sea por la necesidad de mencionar nombres no adaptables a la métrica dactílica, o por virtuosismo.

C, las inscripciones epigramáticas siguen dándose como grabaciones en piedra, pero también pasan definitivamente al papel, volviéndose así un género literario más.

Hay poca producción de inscripciones sobre tumbas, a más que normalmente los poetas son anónimos.

Los votivos en su origen estaban compuestos para ser grabados como leyendas explicativas junto al exvoto, pero luego se fueron convirtiendo en ejercicios literarios de carácter dedicatorio.

[8]​ De igual modo, en conjunto con estos temas, surgió el epigrama amatorio, categoría que incluye desde lo sensual o sentimental a lo puramente erótico e incluso obsceno.

Autores como Catulo, Horacio, Propercio, Tibulo, Ovidio, y Marcial, quien es el epigramista por excelencia del mundo antiguo, aprovecharon el tan vasto caudal de temas y la riqueza de juegos expresivos que ofrecen los epigramas griegos.

[11]​ En México y otros países de América Latina, el epigrama fue un género periodístico en sí mismo durante la segunda mitad del siglo XX.

Era común que en periódicos y revistas de análisis incluir versos satíricos sobre las noticias más notables del momento.

El libro Quodlibets de Robert Hayman, de 1628, dedica gran parte de su texto a los epigramas.