Parece que fueron bien acomodados y pudieron dar formación a su hijo en una escuela de gramático.
En sus versos se quejará de haber aprendido un oficio que le impidió hacerse rico.
[6] De la misma manera trabó amistad con el poeta gaditano Canio Rufo, un temperamento afín al suyo.
Poco a poco, favorecido por los emperadores Tito y Domiciano, a quienes dedicó interesados elogios, estos le nombraron miembro del orden ecuestre y ganó diversos honores, entre ellos la exención de los impuestos que habían de pagar los que no tenían hijos, esto es, el ius trium liberorum.
Allí marchó el año 98 para pasar su vejez, escribir sus últimos libros, que su amigo Terencio Prisco demandaba, y murió seis años después.
Se queja calculadamente de su pobreza y dedica lisonjas arrastradas e indignas al emperador Domiciano.
Víctor Suárez Capalleja hizo otra en tres tomos para la Biblioteca Clásica de la Casa Editorial Hernando.