Desde, como mínimo, el siglo VI a. C. se popularizó la poesía epigramática griega, es decir, la destinada a acompañar cualquier obra pétrea (edificios, estatuas, lápidas funerarias, estelas...).
Su dispersión geográfica hizo que, en un momento dado, alguien se propusiese recopilarlas, si no todas, al menos las de mayor arte poética.
Ambas compartían gran cantidad de material, siendo la Palatina más extensa que la Planúdea.
La Ἀνθολογία de Meleagro tuvo tanto éxito, que se incrementó con nuevos poemas desde la antigüedad.
El erudito Maximus Planudes realizó a principios del siglo XIV una edición de la Antología griega, a la que, además añadió algunas obras y eliminó o modificó varios poemas que no le parecían auténticos.
Esta versión fue la única conocida en el Occidente cristiano,[1] Hasta que en 1606 Claude Saumaise descubrió en Heidelberg una colección más completa basada en la anterior edición de Céfalas, el manuscrito Codex Palatinus 23.
En esta época, su sentido se amplió para incluir anécdotas, sátiras y poemas amorosos.