Tributo al César es la denominación de un episodio narrado en los evangelios sinópticos y un tema artístico relativamente frecuente en el arte cristiano.
Tras su entrada en Jerusalén, durante sus debates con «los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos»,[3] Jesucristo eludió la trampa dialéctica que le habían tendido «algunos de los fariseos y de los herodianos»[4] al preguntarle si era lícito para los judíos pagar el tributo a las autoridades romanas, mediante este recurso: hizo que le trajeran una moneda de las que servían para pagar el tributo (el denario del tributo),[5] y preguntó a su vez quién era el representado en la efigie de la moneda.
Los fariseos, por su parte, eran meticulosos cumplidores de la Ley, y consideraban el dominio romano como una usurpación.
Si negaba la licitud del impuesto, ahí estaban los herodianos para denunciarle ante el poder romano.
[12] Por tercera vez, recuerda San Lucas el acecho de las autoridades judías para perder a Jesús (v.
Con todo, estas palabras de Cristo quedaron como modelo de la conducta cristiana: «En cuanto a tributos y contribuciones nosotros [los cristianos] procuramos pagarlos antes que nadie a quienes vosotros tenéis para ello ordenado, tal como Él [Jesús] nos enseñó» (S. Justino, Apologia 1,17,1).
Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre.
[15] Sus adversarios, a los que calificó de «hipócritas», quedaron maravillados y callaron[16] o se fueron.
Otras posibles monedas serían las que contenían efigies de Julio César, Marco Antonio y Germánico.