Sin embargo, con el tiempo y por posible metonimia, se termina denominando al edificio también como a la institución que alberga.
Por el contrario los vínculos almacenaban «grano con destino a la elaboración de pan y su venta al por menor».
[10] Los vínculos, que suponían un beneficio para los habitantes de localidades grandes, al acaparar de forma inmediata gran parte del trigo que salía a la venta, encarecían los mercados rápidamente en perjuicio del entorno rural.
La lista se alarga y completa con «Ablitas, Aibar, Aoiz, Arguedas, Artajona, Cabanillas, Cascante, Corella, Falces, Fitero, Leache, Leiza, Lodosa, Los Arcos, Lumbier, Marcilla, Milagro, Miranda de Arga, Obanos, Peralta y Ujué».
La razón estaba fundamentada en la incidencia que los vinculeros ejercían en el encarecimiento de los precios afectando sobremanera a los núcleos rurales.
Las Cortes de Navarra, donde las ciudades y los grandes comerciantes de grano estaban bien representados, reunidas en Pamplona al año siguiente, protestaron sin éxito, ampliando el decreto del virrey la exención en otras localidades como Tafalla y Puente la Reina.
En años posteriores Viana (1608) y Villafranca (1716) su sumaron a esa nómina de lugares con vínculo municipal.
[18] Junto con el molino de la Biurdana, también municipal, ambos molinos serán arrendados cada año a un determinado molinero para que, con la harina allí elaborada, se surta a los hornos municipales del Vínculo.
Desde aquella fecha, y con pequeñas alternativas, el Vínculo se dedicaba a la fabricación del pan proporcionado grandes beneficios a la capital, principalmente en épocas de gran carestía, actuando al mismo tiempo como un establecimiento regulador de precios.
Así informa que desde 1714 se procura sus propios hornos, consiguiendo mejorar la rentabilidad.