Su padre, Napoleón Berni, era un sastre nacido en Italia y fue uno de los tantos inmigrantes europeos que se instalaron en la ciudad durante esos años.
En 1925, consiguió una beca otorgada por el Jockey Club de Rosario ―y gestionada por su mecenas, el traumatólogo y cirujano Lelio Zeno (1890-1968)― para estudiar en Europa y en noviembre de ese año llegó a Madrid.
Y aunque estudió solo unos meses allí, su influencia se dejó sentir en una serie de desnudos figurativos.
Hacia 1927, se instaló en Arcueil, a 6 km (kilómetros) al sur de París, en el valle del río Biévre.
Participó de una muestra junto con Líbero Badíi, Héctor Basaldúa, Horacio Butler y Lino Enea Spilimbergo que organizó Butler y que posteriormente trajo a Buenos Aires con destino a la Asociación Amigos del Arte.
Aragón lo acercó al surrealismo, además conoció a André Breton, poeta y crítico de arte.
Para Berni el surrealismo «es una visión nueva del arte y del mundo, la corriente que representa a toda una juventud, su estado de ánimo, su situación interna, después de terminada la Primera Guerra Mundial.
Berni ayudó a Aragón en su lucha antiimperialista, en un país donde abundaban los chinos, africanos, vietnamitas.
En 1932, en Amigos del Arte, expuso sus obras surrealistas de París y algunos óleos como Toledo o el religioso.
En 1932, se internó en ese universo para colaborar como fotógrafo en una nota periodística encargada a Rodolfo Puiggrós, futuro dirigente comunista.
«El artista está obligado a vivir con los ojos abiertos y en ese momento (década del 30) la dictadura, la desocupación, la miseria, las huelgas, las luchas obreras, el hambre, las ollas populares, crean una tremenda realidad que rompían los ojos», diría en 1976.
Luchó por ello siempre, pero lo hizo con gran ternura y con un trasfondo casi épico.
De París trajo una gran carga política, influida por su intensa vinculación con los artistas surrealistas.
En 1934, comenzó a mostrar la problemática social de la década del 30 con sus obras Desocupados y Manifestación.
La desocupación, la pobreza, el comienzo del nazismo y fascismo, la guerra civil española, espantaron a Berni.
Su obra Figura fue primer premio del XXX Salón Nacional (Buenos Aires, 1940) y Lily, logró el Gran Premio Adquisición XXXIII Salón Nacional (Buenos Aires, 1943).
En la década del 30, tuvo su experiencia muralista al intervenir en la construcción de Ejercicio plástico.
Su pintura Mercado indígena de 1942, la basó en fotos que tomó durante aquellos viajes.
En Venezuela se derrocaba al presidente Rómulo Gallegos y surgiría la dictadura de Carlos Delgado Chalbaud.
En Bogotá hubo una revuelta popular por el asesinato del dirigente liberal izquierdista Jorge Eliécer Gaitán.
En 1943 se produciría el golpe militar, con la destitución del presidente Ramón Castillo.
En el catálogo explicaban que las obras estaban destinadas al XXXV Salón Nacional pero que se había decidido hacer una muestra al margen del salón en adhesión a los anhelos democráticos de los intelectuales del país.
Esta realidad fue percibida por Antonio y, como lo hizo siempre, la expresó a través de su pintura.
Por entonces pintó algunos paisajes del suburbano: Villa Piolín, La casa del sastre (1957); La iglesia, El tanque blanco, La calle, La res, Carnicería (1958), La luna y su eco (1960) y Mañana helada en el páramo desierto.
La historia de estos dos seres lo envolverían por un tiempo y con ellos trascendería mucho más.
Tanto los «Juanitos» como las «Ramonas» se cotizaron en el mercado exterior a precios incalculables.
En 1965, presentó su muestra en el Instituto Di Tella, La voracidad o la pesadilla de Ramona.
Allí pintó, hizo grabados, collage y presentó en la «Galería Bonino» una muestra titulada La magia de la vida cotidiana.
En «La casa de Antonio Berni» se llevaron a cabo muchas subastas con gran éxito, siendo la subasta benéfica para la Fundación Favaloro, la que contó con mayor cantidad de público y un éxito inusitado para la época.
Unos días antes de su deceso, dijo en una entrevista: «El arte es una respuesta a la vida.